Para Nati

A Natividad del Baxanco, Loza2010
Te juro que no quería protagonismo Natividad,  sólo quería hacer un homenaje del amor que siempre he sentido, que siento y que siempre sentiré  por ti.
Cuando entré en la sacristía buscando al cura con la intención de  pedirle permiso para leer las palabras que te había escrito,  me asomé, subí a la tarima de madera del púlpito y en ese mismo momento supe   que todos sus corazones serían míos.
Y esos corazones, los de la gente que te había rodeado, que te había conocido, que sabían de la bondad de tu espíritu; todos esos corazones estaban predispuestos a identificarse con mis palabras tiernas, porque las palabras salían de mi boca retratándote, dibujando la  silueta de tu espíritu dulce, desatando la sensación de pérdida de alguien que nunca pedía nada, que siempre estaba dispuesta a dar.
Noto en este mi corazón desgajado y roto que  fuiste algo diferente. Siento tu pérdida  porque ahora no puedo darte, no podré darte  mi amor, ni  sonoros besos en tu arrugada cara, ni  achuchones contra tu pecho lleno de calor humano. No podré  quererte físicamente pero en aquel momento  podía ofrecerte mi respeto  y hacerlo público.
Delante de todos  subí al estrado, me comí  la timidez, atusé las gafas y empecé:
” Se ha muerto la matriarca de nuestra familia…”,  mi voz segura y entrenada se adueñaba del aire, según avanzaba en mi relato   la gente reprimía su llanto, ahogaban sus emociones entre resoplidos de desconsuelo.
Impertérrita seguía hurgando en la herida:”He sido injusta contigo…” Al final de la oda seguía controlando mi voz, con miradas furtivas  los vigilaba; coloque un mechón de pelo detrás de la oreja  pero  inmediatamente volvió a descolocarse; las piernas me temblaban, tenían vida propia, bailaban la danza del miedo. Yo seguía a lo mío.
Cuando acabé  levanté la vista del papel, giré ligeramente el tronco  con tiempo suficiente  para ver como el cura me miraba y juntaba sus manos en una bendición cálida y emotiva. En ese preciso momento pude  sentir como incluso ahora,  me sigues dando más de lo que yo te he dado a ti.
El amor era para ti Natividad,  yo sólo era el canal por el que te llegaba el calor  de tu familia, de mi familia, de la familia del Baxanco  y me sentía orgullosa,  muy orgullosa,  de poder servirte con fidelidad.
Salí  dejando que el sol acariciara mi rostro mientras cogía la mano de mi hija; un espíritu, tu espíritu nos rondaba, nos protegía  con cariño.

Inclinada contra el viento apenas puedo caminar y me enzarzo en  un dulce forcejeo. Avanzar en contra de ese viento  me inspira la  entrañable sensación de que alguien te arrulla, él quiere  imponerte su voluntad, intenta  dominarte pidiendo a gritos tu consentimiento. -¡Déjame que te cuente,  mi niña! Y  me susurra al oído cosas tan increíbles que me emociono, casi me hace llorar de felicidad.
Hoy el viento me ha hablado de ti Natividad.
Será porque te acabas de morir,  o quizás sepa todo lo que yo te quiero, quizás conozca  lo que te quiere Anita, tal vez haya notado que mi madre me inculcó el adorarte sin condiciones.

Miro la casa del Baxanco iluminada por el sol que reluce con todo su poderío reflejado en la llouxa negra del tejado. Bajo hasta tu cocina y te intuyo dando vueltas por allí con el mandil de cuadros grises y tu aspecto pulcro; todo lo que tu tocabas se veía  limpio e impoluto, cada cosa en su sitio, las baldosas verdes  del suelo brillaban, el fuego quemaba con énfasis as piñas que trouxo da´quen del monte.
Tu cara blanca enmarcada por  rizos negros  y un  flequillo, que a menudo te colocabas  cubriendo  tu generosa frente, te daban un aspecto bondadoso. Con aspecto bondadoso te vi la primera vez que recuerdo tu cara, y con aspecto bondadoso exhalaste tu último suspiro.

-Si ques veya  viva, ven pronto- Era  martes, un martes cualquiera de un mes de abril cualquiera y pensaba en ti. No quería que te murieras  pero entendía el proceso, y tú, estabas dispuesta a ello. La inquietud me atenazó ligeramente, aunque  tenía el convencimiento de que me esperarías para decirme adiós, porque tú también me querías.
Llegué a  la casona familiar  y pasé directamente a la habitación donde quejabas en cada una de tus respiraciones. No puedo decir que me asustases pero no me gustaba aquello, ni  me gustaba que no reconocieses nuestra voz, ni ver como tus dedos  se iban poniendo azules. Tampoco quería para ti  aquel aspecto delicado de tu  cuerpo enjuto que mostraste  cuando tus hijas te cambiaron por última vez.-Tase apagando,  mía ninia.
Supongo que te cansaste de respirar.
Bendigo a Dios que me dejó estar  a tu lado  cogiendo tu mano, cuando llegó la hora. No resultó  traumático verte, fue dulce y suave como tu vida.
Luego las mujeres  te vistieron. De vez en cuando te miraba. Me seguía gustando estar cerca de ti y cerca de ti estuve.
El día  de tu entierro amaneció soleado pero de cuando en cuando caía la lluvia  en forma de chaparrón, igual ocurría con mis sentimientos, todo era normal  pero por momentos se desataba en mi interior la pena de lo pasado y  la tristeza de no volver a verte  caía por mi cara en forma de lágrimas que  relajaban  mi alma.
Te escoltamos  en un viaje en el que seguro no te marearías como tenías  por costumbre, nin che apretaba a bragola, nin che molestaba a saya. Todo taba ben.
Como bien te quedaste allí.

Con las manos hundidas en  los bolsillos del pantalón y el alma encogida, escuchaba el sonido de mi propio llanto mientras me alejaba de  Cartavio.
 El mar estaba azul, serenamente azul, confirmando que ya eras parte de los elementos.
Solo me quedaba recordarte.