RAPSODIA PARA NAVIA

Supongo que todos conoceréis Navia. Si no es así, deberíais de solucionarlo. Es un pueblecito de la costa occidental asturiana que disfruta de su vida entre vientos y mareas. 
No hay nada que el arte no pueda expresar, y si no miren estos ojos.
Foto de IRENE PÉREZ GARCÍA.
Tiene un pequeño muelle con su pequeño espigón. En el muelle, los lugareños, siempre han tenido a bien darse chapuzones espectaculares. Lugar feliz, hasta podríamos decir que desinhibido de miedos, ataduras, y falacias, es en definitiva, un entorno mágico que preserva su espíritu de modernidades efímeras, solo, en la justa medida.

La Villa de Campoamor y sus contornos han sido y serán cuna de ciudadanos ilustres. Seguro que todos ellos tienen apellido. Son, como los demás, personas sencillas  que en el día a día se reconocen tanto por la nobleza de sus caras, como por el buen talante de sus expresiones. La serenidad de los contertulios en el café Martínez; su sosiego para enfocar la vida, hace sentir a los transeúntes que aunque parezca que todo ha cambiado, todo sigue igual, y seguimos siendo nosotros, pero con más camino.

Cierto que esto es una geografía, unas gentes y una historia. Pero hay algo más. Una emoción que sube desde el suelo y trepa por las palmeras en cualquier época, en  cualquier momento de cualquier invierno, cuando el sol templado del mediodía calienta, sin ofender, a los habitantes que viven en el espíritu auténtico de la Navia de siempre.
Estos ciudadanos moran el suelo sin más pretensiones que tener plena conciencia de  que aquí está la vida que quieren vivir, y son estas gentes, precisamente estas, a las que  adoro.

Entre la multitud de sensaciones que me depara esta privilegiada ubicación, las cosas más recientes, parecen ficticias. Ayer con vosotros en un San Cristóbal nublado, amoroso y familiar; hoy saboreando en silencio una taza de café, sin que turbe la honda calma que me rodea más que el sonido del viento, que gime entre las rendijas de las persianas.

Puede ser que me ocurra contigo como con las obras de arte; lo que hoy me apasiona, sin ningún género de duda, pasa mañana a ser un grácil acompañamiento. La espontaneidad, los impulsos primarios de libertad y placer en las criaturas, han sido ahogados por la indiferencia. Cada frustración se almacena como una cicatriz, entonces, mirando al frente, sin ver, vagabundeando, con las manos en los bolsillos, pienso que, sensaciones que parecen brotar de la nada, son potencial y tristemente capaces de desaparecer en cualquier momento, en esa misma nada.

En esta topografía  marcada por la pizarra gris azulada; custodiada por el monte de San Esteban al oeste, y la colina de Buenavista al sureste, se me antoja, al mirar los edificios, que al volver una esquina, voy a hallar la casa de la tía Luz, lugar encantado, donde concurríamos todos. Después, en el mismo paseo, en el que absorbo y poseo todo lo que me rodea, caminando hacia el Monolito, el mar, cuyo eterno sonido agrada y sobrecoge, y estas suaves colinas, me separan del  resto del mundo. 

De la boca de un hombre; capaz con sus  dedos y con toda su pasión, de hacer hablar a un violín, escuche la bonita idea de una rapsodia para Navia. Con vuestro permiso, me he permitido el lujo de compartirla. Soy consciente de que el valor de una idea, no tiene nada que ver con la sinceridad de la persona que la muestra, pero siempre te llegará mejor, si esa idea la trasmite un corazón. Por añadidura, considero que no hay nada que el arte no pueda expresar.

En este vínculo que mantenemos, la ausencia de hechos está empezando a ser más trascendente que los  impulsos del corazón, sin embargo, aunque ya he dejado de buscarte, creo que nunca dejaré de esperarte.
Mientras tanto, sigo buscando en sus ojos, con los míos, a la gente; a las personas que hacen de este, un lugar irrepetible.
Tocar una nota equivocada es insignificante, tocar sin pasión...inexcusable. Beethoven