PECADOS


Giraba el volante del coche, que discurría plácido por el trayecto desde  casa hasta donde vivía mi madre, mientras mis sentimientos fluctuaban entre la pena y la serenidad. La pena  de sentir como la enfermedad  se  afianzaba cada día más en ella,  y se agarraba a los pensamientos de la generosa mujer que fue para dejarla sin pasado y otorgarle únicamente un presente; presente  pecaminoso para los que la rodeaban.
Te echo de menos.

Y el pecado de esta gente vivía a flor de piel, en sus ojos, en sus almas y  en sus semblantes. Pecaban, por enfadarse si ella no quería hacer; por obligarla a comer cuando no le apetecía o por forzarla a pasear cuando la abuela siempre había tendido a la inactividad. Pecaban, por no tratar a aquellas mujeres mayores siempre con la misma paciencia; pecaban contra el corazón, contra el amor al prójimo y contra su propia conciencia. Pecados, pecados y más pecados para unos humanos que no estaban libres de acabar igual que aquellas mujeres, con el paso de un puñado no muy grande de años.
Pero ¿quién estaba libre de no haber cometido ese pecado alguna vez en la vida? ¿De qué estamos hablando? ¿No me sentía yo igual de pecadora por tenerla allí?

A aquella hora estaban plácidamente sentadas en la acogedora sala de estar. La abracé al llegar; tenía una carita dulce y sus grandes ojos verdes me miraban con amor. -Cuéntame lo que has hecho hoy- Le decía mientras paseaba mi vista, a través de los cristales, por aquella tierra asturiana, pétrea y llena de grises fantasmas de lluvia, que suspiraban. El tiempo pasaba mientras yo hablaba sin parar; hablaba, contaba y cantaba para mi madre aunque daba igual lo que dijera, ella  nunca se acordaba  de casi nada.
Pero con la necesidad de tenerla en este mundo, yo, guardaba un as en la manga: inundar su entorno con las notas del viejo piano que dormitaba tranquilo en la esquina más tierna de la habitación. De forma prodigiosa aquellas melodías siempre la acercaban a mí y a su vida pasada; y al obrarse esa magia, sentíamos tanto deleite como siente el pájaro cuando se lanza al vacío, y sabíamos que la música formaba parte de lo que éramos, al igual que el vuelo formaba parte del pájaro.
Yo también sabía que el amor y la amistad nos brindan el placer  de compartir y de ser generosos con las personas que queremos, con las que no queremos y con las que en este momento están a nuestro lado; por eso es un pecado  no dar  amor incondicional a quién está  cerca de ti. Eres responsable del trozo de mundo que ocupas. No seas ingrato. No cometas el pecado de no demostrar a tus padres que los quieres; no vaya a ser que pasado mañana no te conozcan y los abrace un extraño. No cometas el pecado de criar a tus hijos sin cariño y sin normas claras; no vaya a ser que mañana te gruñan en vez de hablarte. No cometas el pecado de no amar las cosas que te rodean; no vaya a ser que mañana te quedes sin recuerdos y tu vida se convierta en un sinsentido.

La serenidad  habita en mi alma de  hija porque mi madre come con pausas y olvidos, pero come; porque pasea con las mismas pocas ganas de siempre, pero pasea y  sobre todo porque sonríe y está tranquila. Y me pregunto que poblará  las mentes humanas que cometen el pecado de no demostrar el amor.

De regreso a casa, aquel día de invierno, y pasando por la parte alta de la ciudad, donde ella vivía, mi corazón herido, buscaba consuelo en el paisaje a la vez que necesitaba la paz de aquel emblemático monte Naranco; entonces recordé a la tierna mujer que  siempre me había abrazado. Y aunque este texto fue escrito hace muchos años,  estaré eternamente agradecida porque mi madre, aun sin recordar quien era yo, recordaba que me amaba. Además, y por si a alguien sirviera de consuelo, creo firmemente que nadie está muerto mientras alguien lo eche de menos. 

Te hecho de menos.

                               Que tous tes désirs se réalisent. Joyeux anniversaire!

                                                                                     
P.D: Queridos amigos: El próximo miércoles, 30 de mayo, a las 19.00 horas, en el Club de prensa de la Nueva España de Oviedo, tendré el placer de presentaros mi segunda novela, Los cuatro segundos. Me encantará veros allí.
                                                                                      Ana García de Loza.