LA CHICA DEL HOSPICIO (SEGUNDA PARTE)


Así que el artista decidió no dar mayor importancia a las palabras del  recepcionista y  cada mañana manejaba con ligereza aquellos pinceles capaces de transformar sus inquietudes,
Así nacen las leyendas.
de niño extraño, en retratos singulares y exclusivos. Sin embargo no dejaba de pensar en la chica rubia a la que creyó ver, otra vez más, cuando ella  lo observaba desde la galería de la primera planta. Pero también es cierto que a pesar de disfrutar de aquel remozado edificio del actual Hotel de la Reconquista, siempre imaginaba como sería el lugar en sus orígenes cuando era un hospicio. Veía monjas educando a niños, tan pobres como desamparados que convivían dentro de los muros del orfanato y conocían todos sus escondrijos, sus cuartos oscuros y sus galerías. Los chicos sabían lo que era besar el suelo y que los castigasen mirando a la pared. Así que no iba a dar más vueltas a la cabeza.
Y como el tiempo es lo que más rápido corre, la exposición llegó a su fin, momento en el cual se organizaba una reunión social, punto de encuentro de algunos pintores amigos, amén de un puñado de intelectuales de la ciudad de la Regenta. De entre el grupo de gente salió un hombre mayor que se acercó a él y le dijo sin preámbulos –Es usted un artista y necesito su ayuda.
– ¿En qué puedo ayudarlo? –continuó con afabilidad.
– Necesito que pinte a mi hija –Había ansia contenida en su voz y por eso el pintor le pidió una fotografía, pero el anciano no la tenía así que, impactado por su mirada triste, le sugirió que se la describiese; sabía que la tarea resultaría difícil.   
Después de varios bocetos, ante los que la cara del hombre iba de decepción en decepción, el artista le rogó algún detalle más significativo,  y el padre dijo que tenía los ojos de un color azulísimo, casi trasparente. El experto dibujante volvió a quedar sobrecogido y recordó  a la chica del banco de madera. Con cuatro trazos precisos la dibujó y el padre resplandeció de alegría mientras le contaba que habían tenido que dejarla en el hospicio de Oviedo, donde había muerto esperando su visita; y en ese momento todo encajó.
La chica del hospicio no creía en las casualidades y había buscado al pintor para que la uniera con su padre. Otra vez más sus pinceles cumplían una última voluntad y unían dos mundos que interaccionan en más ocasiones de las que pensamos. La chica del hospicio reafirma la idea de Dickens de que el amor es más poderoso que la muerte y creo firmemente que el recuerdo de las personas es la marca que cada uno deja en el seno del infinito.
El amor es más poderoso que la muerte.

                                                                 Ana García de Loza