Para Nati

A Natividad del Baxanco, Loza2010
Te juro que no quería protagonismo Natividad,  sólo quería hacer un homenaje del amor que siempre he sentido, que siento y que siempre sentiré  por ti.
Cuando entré en la sacristía buscando al cura con la intención de  pedirle permiso para leer las palabras que te había escrito,  me asomé, subí a la tarima de madera del púlpito y en ese mismo momento supe   que todos sus corazones serían míos.
Y esos corazones, los de la gente que te había rodeado, que te había conocido, que sabían de la bondad de tu espíritu; todos esos corazones estaban predispuestos a identificarse con mis palabras tiernas, porque las palabras salían de mi boca retratándote, dibujando la  silueta de tu espíritu dulce, desatando la sensación de pérdida de alguien que nunca pedía nada, que siempre estaba dispuesta a dar.
Noto en este mi corazón desgajado y roto que  fuiste algo diferente. Siento tu pérdida  porque ahora no puedo darte, no podré darte  mi amor, ni  sonoros besos en tu arrugada cara, ni  achuchones contra tu pecho lleno de calor humano. No podré  quererte físicamente pero en aquel momento  podía ofrecerte mi respeto  y hacerlo público.
Delante de todos  subí al estrado, me comí  la timidez, atusé las gafas y empecé:
” Se ha muerto la matriarca de nuestra familia…”,  mi voz segura y entrenada se adueñaba del aire, según avanzaba en mi relato   la gente reprimía su llanto, ahogaban sus emociones entre resoplidos de desconsuelo.
Impertérrita seguía hurgando en la herida:”He sido injusta contigo…” Al final de la oda seguía controlando mi voz, con miradas furtivas  los vigilaba; coloque un mechón de pelo detrás de la oreja  pero  inmediatamente volvió a descolocarse; las piernas me temblaban, tenían vida propia, bailaban la danza del miedo. Yo seguía a lo mío.
Cuando acabé  levanté la vista del papel, giré ligeramente el tronco  con tiempo suficiente  para ver como el cura me miraba y juntaba sus manos en una bendición cálida y emotiva. En ese preciso momento pude  sentir como incluso ahora,  me sigues dando más de lo que yo te he dado a ti.
El amor era para ti Natividad,  yo sólo era el canal por el que te llegaba el calor  de tu familia, de mi familia, de la familia del Baxanco  y me sentía orgullosa,  muy orgullosa,  de poder servirte con fidelidad.
Salí  dejando que el sol acariciara mi rostro mientras cogía la mano de mi hija; un espíritu, tu espíritu nos rondaba, nos protegía  con cariño.

Inclinada contra el viento apenas puedo caminar y me enzarzo en  un dulce forcejeo. Avanzar en contra de ese viento  me inspira la  entrañable sensación de que alguien te arrulla, él quiere  imponerte su voluntad, intenta  dominarte pidiendo a gritos tu consentimiento. -¡Déjame que te cuente,  mi niña! Y  me susurra al oído cosas tan increíbles que me emociono, casi me hace llorar de felicidad.
Hoy el viento me ha hablado de ti Natividad.
Será porque te acabas de morir,  o quizás sepa todo lo que yo te quiero, quizás conozca  lo que te quiere Anita, tal vez haya notado que mi madre me inculcó el adorarte sin condiciones.

Miro la casa del Baxanco iluminada por el sol que reluce con todo su poderío reflejado en la llouxa negra del tejado. Bajo hasta tu cocina y te intuyo dando vueltas por allí con el mandil de cuadros grises y tu aspecto pulcro; todo lo que tu tocabas se veía  limpio e impoluto, cada cosa en su sitio, las baldosas verdes  del suelo brillaban, el fuego quemaba con énfasis as piñas que trouxo da´quen del monte.
Tu cara blanca enmarcada por  rizos negros  y un  flequillo, que a menudo te colocabas  cubriendo  tu generosa frente, te daban un aspecto bondadoso. Con aspecto bondadoso te vi la primera vez que recuerdo tu cara, y con aspecto bondadoso exhalaste tu último suspiro.

-Si ques veya  viva, ven pronto- Era  martes, un martes cualquiera de un mes de abril cualquiera y pensaba en ti. No quería que te murieras  pero entendía el proceso, y tú, estabas dispuesta a ello. La inquietud me atenazó ligeramente, aunque  tenía el convencimiento de que me esperarías para decirme adiós, porque tú también me querías.
Llegué a  la casona familiar  y pasé directamente a la habitación donde quejabas en cada una de tus respiraciones. No puedo decir que me asustases pero no me gustaba aquello, ni  me gustaba que no reconocieses nuestra voz, ni ver como tus dedos  se iban poniendo azules. Tampoco quería para ti  aquel aspecto delicado de tu  cuerpo enjuto que mostraste  cuando tus hijas te cambiaron por última vez.-Tase apagando,  mía ninia.
Supongo que te cansaste de respirar.
Bendigo a Dios que me dejó estar  a tu lado  cogiendo tu mano, cuando llegó la hora. No resultó  traumático verte, fue dulce y suave como tu vida.
Luego las mujeres  te vistieron. De vez en cuando te miraba. Me seguía gustando estar cerca de ti y cerca de ti estuve.
El día  de tu entierro amaneció soleado pero de cuando en cuando caía la lluvia  en forma de chaparrón, igual ocurría con mis sentimientos, todo era normal  pero por momentos se desataba en mi interior la pena de lo pasado y  la tristeza de no volver a verte  caía por mi cara en forma de lágrimas que  relajaban  mi alma.
Te escoltamos  en un viaje en el que seguro no te marearías como tenías  por costumbre, nin che apretaba a bragola, nin che molestaba a saya. Todo taba ben.
Como bien te quedaste allí.

Con las manos hundidas en  los bolsillos del pantalón y el alma encogida, escuchaba el sonido de mi propio llanto mientras me alejaba de  Cartavio.
 El mar estaba azul, serenamente azul, confirmando que ya eras parte de los elementos.
Solo me quedaba recordarte.








Los del Instituto de La Villa, Mieres

Los del Instituto de la Villa, Mieres 1977/2007
Rubias y largas, aquellas  trenzas se deslizaban detrás de unos enjutos y pecosos hombros de adolescente  y recorrían con desparpajo la mitad de la espalda.
Su caminar era vivo,  ágil y frágil como el de una gacela dispuesta a beberse la esencia de la vida de un solo trago ¿Te reconoces? Podrías ser tú, o yo, o quizás la vecina de enfrente, eso sí, hace más de treinta años en Mieres.
Sea quien fuere nuestra adolescente llegaba en la década de los setenta, al Instituto Bernaldo de Quirós  y atravesaba la enorme puerta negra de hierro forjado, que protegía del resto del mundo, a todos los estudiantes del Palacio de Camposagrado.
 Recorría  con un aplomo, más bien fingido, aquellos  pocos metros de terrazo rojizo flanqueados  por unos muros bajos  que servían de asiento a los estudiantes. Bajaba tres escaleras y se plantaba delante de la puerta principal que daba acceso al edificio.
Observada por los de su edad, ignorada por los mayores, idolatrada por unos pocos y mal mirada por alguna que otra, a la que suscribe, le tocó recibir clase en los arcos y enamorarse de los que jugaban en el campo de fútbol polvoriento que se divisaba desde la caballeriza. Le tocó  representar la casa de Bernarda Alba en un antiguo y lleno de vida salón de actos;  sentir como suyas las columnas del patio central  mientras las abrazaba tarareando  una canción de Albano y Romina Power, y cómo no,  le tocó vivir con expectación las lecciones en una clase redonda teniendo un solo compañero del género masculino.
El caso es  que la vida más allá de las fronteras del Liceo empezaba  y  la recién estrenada coeducación resultaba dura. Esa es mi generación.
Resultaba dura la vida con  el dibujo técnico; y  entretenida la historia con Doña Rogelia  o  pétrea  la biología con Elisa. Tal vez  pertinaz la lengua  con Doña Manolita; o dulce el hogar con Cheres. Sin dudarlo, constructiva y tierna la literatura de segundo con Papi, José Fernández  pa los amigos; o incalculables las matemáticas con Freije; quizás inconmensurables con Luis Jesús.
El Bernaldo de Quirós ha marcado mi existencia. Me ha dado cultura para el camino; perspectiva para las decisiones; base para un futuro; soluciones para algún problema; amores para un libro, amigos para  la vida y…recuerdos para toda una eternidad.
A todas las generaciones venideras os diría: RECORDADME, porque yo he sido lo que vosotros sois ahora, un maremágnum de ilusiones sin pulir que llegarán tan lejos como tú  la del piercing, o tú  el de las rastas, o tu  el pijito  queráis llegar.
Hazme caso si te digo que me recuerdes  porque el presente está lleno de pasado, y yo, soy tú pero con treinta años más.
Recuérdame  porque  el mañana ya está aquí,  y es un espejismo de la mente.
Recuérdame  porque en definitiva lo que nos unirá siempre  es que los dos hemos pasado por el Instituto Bernaldo de Quirós y llevaremos su sello  de forma indeleble en nuestros corazones.



                                 

¿Para qué por qué?

 


Escribo desde que me alcanza la memoria, desde que siendo una adolescente enamoradiza, frágil y muy exigente conmigo misma conseguía aplacar mis ansias de amor y de protagonismo vaciando esas emociones en cualquier sitio donde pudiera garabatear.

Llegaba al papel sobrecogida y preocupada, no entendía la reacción de la gente que tenía alrededor y escribía.

El verdadero proceso terapéutico se producía cuando leía lo que acababa de pensar. En ese preciso y precioso momento veía la realidad, toda la realidad que yo era capaz de percibir, y desde allí me resultaba mucho más sencillo discernir si el sujeto en el que acababa de depositar mi amor, por ejemplo, era merecedor de tal cosa o no.

Fueran cuales fuesen las conclusiones, mi alma quedaba en paz.

No resultaba tan terrible la situación  y  me decía a mi misma que la parte primera y principal de un problema consistía en ser consciente de que ese problema existía.

Ya tenemos localizado el problema, en este caso tener claro que no soy una escritora al uso, porque en todas las puertas que piqué me lo dijeron; con silencios y evasivas pero me lo dijeron.

Lo intenté con editoriales, editores, concursos literarios, mecenas de medio pelo y mecenas de pelo entero. El resultado siempre fue el silencio así que va siendo hora de asumir que no cumplo los requisitos para ser una escritora…pero una vez aquí  y después de un tiempo  callada decido seguir vaciando mi alma en cualquier papel.

Escribí un primer libro que resultó más bien un anecdotario, nada para él; escribí una segunda historia de desapego en una amistad de infancia, triste, real, pero poco profesional, para mi gusto discreta; esa le gustó a mi tía y a dos de mis primas.

Por último escribí una inventada historia de amor romanticón a lo Pretty  Woman  año dos mil diez, que a mí me encantó, pero a la única persona que lo leyó le pareció una caca poco seria.

Y en ese punto ya me sentí ofendida, ninguneada, maltratada por la comunidad  y no sé cuantas otras cosas más, entonces deje de escribir.

De esto hace más de dos años pero resulta que me falta algo y si  por casualidad encuentro la paz en esta inactividad mental, está tan pegada a la apatía y al aburrimiento que me descorazona, así que he decidido volver a la vida.

Será estupendo retomar la emoción de escribir, un abrazo al mundo.

 

A modo de presentación

A modo de presentación, Oviedo 2008

Señor Eugenio del Río
 Nací en un pueblo con mar, un mediodía  de marzo de mil novecientos sesenta y dos.
Mis padres Anita del Baxanco y Eugenio del Río emigraron, detrás de la riqueza que proporcionaba el carbón, a un Mieres revoltoso y profundo.
Él trabajó, se cultivó  y llegó a ser administrativo en Hunosa, cosa que tenía a mucha honra  habida cuenta que era huérfano de padres y de recursos desde los doce años.
Ella fue una esposa entregada, abnegada y bondadosa, era en el buen sentido de la palabra, buena. Es la frase que mejor define a mi madre.
Me criaron con esmero y dedicación  intentando sacar lo mejor de mí en la  España de los sesenta, un período machista en el vivir y  a pesar de todo me  educaron más como a un hombre que como a una mujer de la época, exigiéndome estudiar para poder vivir dignamente de una carrera; hacer deporte porque él lo consideraba fundamental y también cosa de mi padre  fue  inculcarme el gusto por viajar y  conocer el mundo.
De mi madre aprendí el valor de la bondad por la bondad, ella era la  abogada de las causas perdidas, pero nunca me exigió  colaborar en tareas como cocinar, hacerme la cama, limpiar, ni ninguna otra tipificada ahora como sexista.
Tendía a solucionármelo  todo y cuando mi padre decía –Esta niña no sabe hacer ni un cocido- ella respondía – Si es capaz de hacer una carrera, será capaz de hacer un cocido cuando lo necesite- y punto. Así quedaban las cosas, no sé si porque  a él le convencía el argumento  o porque ella las pocas veces que tomaba claramente  una decisión  era inamovible.
Tenía el don de hacerte sentir bien con su naturalidad, era  y sigue siendo dulce y suave como un trago templado de café con leche.
Toda la vida le oí decir que su ilusión era hacerse una casa en Loza, cuando el ganaba mil pesetas al mes y una casa era un lujo impensable. Pero  lo decía con el corazón y lo veía como algo factible así que lo consiguió.
Por eso la casa que ellos han construido  con sus propias manos en la tierra de mis ancestros es un monumento a la voluntad de querer y un baluarte al amor por la familia y las raíces.

Hunosa, una empresa vinculada con el carbón y la minería marcó mi existencia, primero dando  sustento a mi familia y después como el equipo de atletismo en el que conseguí  éxitos deportivos.
Te hablo de récords de España en las categorías infantil y cadete, resulté un boom deportivo y una gran promesa del deporte asturiano.
Tanto Loza como el atletismo marcaron mi vida con historias de amor y desamor, éxitos y fracasos, miedos,  seguridades y luchas sin cuartel, por correr más y por estar allí. Ambas facetas formaron  el acervo de sensaciones de lo que es mi persona a día de hoy.
¿Ya te dije como amaba Loza, como  añoraba su aire, a mis primos,  a sus gentes, sus tejados de llouxa negra y su olor peculiar?. Occidente huele distinto, decía mientras abría la ventanilla del coche para llenar mis pulmones con amor y deleite. Era el mar mezclado con mis emociones lo que hacía que, incluso la ropa en los armarios de la casa de la abuela, fuera el más deseado de los perfumes.

Alguno de los valores más controvertidos a nivel emocional, los sembraron en mi joven espíritu las primas mayores- Que esto, no; que lo otro, no; que no y que no- ¡Por el amor de Dios! cuantos escollos tuvimos que vencer las mujeres de mi generación para llegar a nuestras  propias convicciones.
Aún así, alguna  de estas ideas ancestrales y la lucha contra ellas, constituyen la base de mis principios morales y  me convertí, sin ser muy consciente, en una hippie en ideas y ropajes pero  una mojigata  en mis costumbres, lo que  me proporcionó admiradores, detractores  y una adolescencia confusa.
Siempre me produjo desasosiego el  aceptar una crítica pero con el tiempo aprendí a conocerme por lo que pocas de ellas me sorprenden.
El amplio abanico de mis amigos iba desde los hippies más renombrados hasta los pijitos más considerados porque lo que en el fondo me gustaba, o no, era la persona que habitaba debajo de las vestiduras.

Hablar de temas serios y trascendentales  relacionados con los sentimientos y las emociones, es uno  de mis deleites y el conocer el por qué de las cosas mi caballo de batalla.
Tengo miedos infundados y una imaginación poderosa que bien conducida me da muchas alegrías pero cuando se desboca me produce sufrimientos, sobre todo imaginarios, que me agotan y me hacen tener manías.
Estas manías me acompañan desde mi época de deportista de competición, aunque dice mi madre que desde que me empecé a ennoviarme. No lo sé.
He intentado descubrir  su origen  y parece ser que provienen de tener un progenitor angustioso y excesivamente preocupado por algún tema en concreto o quizás por tener normas muy rígidas en la familia.
Pero todo el mundo tiene unos padres humanos con defectos y virtudes y cada uno de nosotros enfoca sus vivencias de niñez como puede.
Vivir  entre dos mundos tiene consecuencias; unas buenas como que  te enriqueces con las diferencias; y  otras malas porque  nunca estás completa en ninguno de los dos lugares.
Podía sentirme a gusto en muchos sitios aunque siempre echaba de menos Loza, estando allí todo tenía sentido  pero no podía desarrollarme plenamente como persona. Tenía el corazón partío.
Mi infancia fue feliz y quizás muy protegida; mi adolescencia satisfactoria y tal vez muy poco protegida. Mi vida ahora es mía e intento hacerme dueña de mis decisiones y sus consecuencias. He descubierto que la felicidad esta en el camino, en disfrutar de las pequeñas cosas de cada día y  me considero afortunada por haber sido capaz de  llegar al fondo de este tabú.
Siendo  adolescente  me gustaba beber leche y me producía una satisfacción especial cepillarme los dientes.
Correr ha sido mi gran pasión, disfruto con cada zancada, me siento libre cuando peleo por seguir un poco más y el esfuerzo me hace valorarme como alguien especial y diferente.
Ser entrenadora  ha marcado a fuego  mi existencia; entiendo que he  influido en la vida de muchas personas incitándolas a dar todo lo que llevaban dentro sin dejar de ser sinceros y generosos en el esfuerzo.
Desde la perspectiva que da el tiempo, el atletismo me ha llenado la vida  de  amigos, de buena gente, de buenos pupilos y de buenas sensaciones.
La pista de atletismo ¡Queeee maravilla! ¡Cuantas horas de mi existencia! El Cau, San Lázaro, la Universidad Laboral, el Batán,  las Mestas, Serrahima, Vallermoso, las antiguas pistas de Orcasitas, el INEF de Madrid, el de Granada, el INSEP de París, Vila Real de Santo Antonio en Portugal, y bla, bla,bla.
Empecé corriendo en la tierra negra del Batán de Mieres de mi corazón, seguí en la ceniza roja del Cau;  la Universidad Laboral de los setenta era de un material similar al asfalto, creo recordar que se llamaba bitumbelox y te dejaba las piernas destrozadas; luego llegó el tartán a las Mestas de Gijón y a partir de ahí el material sintético se fue haciendo más rápido pero para ese entonces yo ya corría desde el trescientos hasta meta en línea recta dando órdenes precisas y escuetas con el cronometro en la mano y respondía al nombre de Jefa.
Pensar para que mis atletas  corrieran más  fue siempre un reto sano para mi mente dónde metía todos las variables que rodeaban al deportista y después de un tiempo dando vueltas salían entrenamientos muy fructíferos, por supuesto aderezados de sangre, sudor y vomitadas.
El cuatrocientos, sus últimos metros agónicos, cargados de láctico hacen de quien los corre un personaje histórico por derecho propio.
 El cuatro vallas es una sensación más fluida y llena de ritmo  pero me ha dado muchas alegrías.
Siempre me consideré muy buena- Sacaré lo mejor de ti, te haré correr todo lo rápido que seas capaz, nadie te hará correr más rápido que yo en este mundo- les decía a mis atletas cuando venía alguno nuevo.
Y esa promesa fue cierta en la inmensa mayoría de los casos.
Pasa como con los cocineros, solía pensar, todos tienen los mismos ingredientes pero unos hacen magia y otros no. Así me siento  como entrenadora… ¡Una artista!
Tengo que contarte además que existen  dos lugares en genérico donde puedo pasar las horas sin sentir, en una librería o  biblioteca, sobre todo si el olor a historia impregna el aire, y en una tienda de perfumes.
Disfruto tanto de una tarde de tiendas como dando clase a mis alumnos, o con un entrenamiento de láctico, donde mis atletas acaban a cuatro patas tirados en la pista después de un esfuerzo casi sobrehumano. No sé si te dije ya  que me encantan esos entrenamientos que les cuestan sangre, sudor y lágrimas.
Me gusta felicitar a la gente de mil maneras por lo que hace bien y no me puedo callar cuando algo no me gusta, recuerdo en eso a mi padre, prefiero decir las cosas a la cara  aunque a veces me sorprendo con una tendencia incontrolable al cotilleo que no me gusta excesivamente, pero ahí está.
Soy amiga de mis amigos aunque a veces voy demasiado a lo mío, dicen algunos, suelo ser generosa y templada, fruto del tiempo, porque antaño pasaba de cero a cien en cuatro segundos; claro que también tengo puntos débiles de los que me gusta hacerme consciente.

El nacimiento de mi hija resultó uno de los momentos mágicos en mi existencia y lo mejor del mundo. Verla crecer y ayudarla a ser una persona íntegra me cuesta un esfuerzo y me llena de orgullo.
Es la parte de mi vida en el que me dejo la piel  sin ningún atisbo de duda.
Tener una familia saludable y longeva, la principal de mis pasiones.
 La primera medalla de oro de  uno de mis atletas quedando Campeón de España Absoluto en cuatrocientos metros vallas me subió la autoestima y pensé, Soy la mejor entrenadora del mundo, lo cierto es que era mi corazón el que hablaba.
Había tenido que pagar la entrada en la pista del Helmántico de Salamanca y el machismo en el deporte de esta España nuestra  no me dejo crecer todo lo que genéticamente daba de mí en esta faceta.
Que mi padre se halla muerto entre mis brazos me dio paz y serenidad.
Abrazar a mi madre cada día, aunque ella no me reconozca, me llena de ternura.
Echarme un cigarrito mientras hablo con una amiga es agradable; una conversación de mujeres me reconcilia con el mundo; hacer regalos me reconforta; ayudar a la gente me infla el ego; dar y recibir amor en todos los aspectos de mi vida me hace creerme una especial y carismática criatura del universo.
Intentar que mi relación de pareja sea estimulante y novedosa me ocupa el pensamiento.

París siempre me produce emociones de vida, libertad y universo; San Sebastián me llega al corazón; Biarritz  estimula mi parte glamurosa; Sevilla me da buenas oportunidades; Granada me enseñó a ser entrenadora; Mieres me crió y Loza es el reposo del guerrero donde están todos mis antepasados que me saludan cuando pongo el pie sobre su suelo.
La música me gusta en tanto en cuanto me recuerda algo, o me pone en contacto con mi corazón, Perales me enamora, los Panchos me recuerdan a mi padre,  igual que Angelitos negros; Joaquín Rodrigo, mi amor; Albert Hammond,  mi octavo de EGB; José Feliciano  trae otro amor; Víctor Manuel me transporta a mi Mieres; Eagles, a California con una de mis mejores amigas. Verdi me hace sentir con un bebé en la panza; Amaia Montero me gusta; Melendi me hace  feliz; Adamo cantando en francés me lleva de viaje con mi madre; la música amansa mi mente y desarrolla mi instinto de buscar felicidad.

Mi literatura en el recuerdo es sencilla, empezamos por los tebeos que leía, apilados en montones, el preferido era Rompetechos. Los cinco de Enyd Blyton son EGB, Martín Vigil marcó mi adolescencia desde  La vida sale al encuentro  hasta Una chabola en Bilbao  pasando por  Un sexo llamado débil  donde Paula, Coro y Baby hicieron mis delicias. Primer amor primer dolor  también fue esa época, sin olvidar Sexta Galería que tenía un toque costumbrista del Mieres que yo vivía en ese momento.
Las novelas de Marcial Lafuente Estefanía que había en la mesilla de noche de mi padre me valían tanto como las fotonovelas que cambiaba mi prima en una tienda de Navia, al lado del ayuntamiento, los jueves cuando íbamos al mercao.
En BUP, como siempre, leía todo lo que caía en mis manos pero recuerdo con especial cariño El árbol de la ciencia y  Baroja era uno de mis preferidos como casi todos los de la generación del 98.
Pearl S. Buk  me proporcionaba ratos agradables, aunque ese tipo de cultura me exasperaba un poco.
En mi primera carrera Ana Karenina me dejó impronta igual quee La Regenta, Yasnaia Poliana, El diario de Ana Frank y  Cervantes, sobre todo por sus novelas cortas.
En mi segunda carrera leí mucha pedagogía. Mercedes Salisachs me gusta.
Siempre tengo un libro para leer y otro por leer.
Recuerdo otra época hace unos  años en que leí todo de novela histórica; la historia me entretiene.
Después de eso surgió mi afición por los libros de autoayuda.
Tengo que decirlo, la novela inglesa del dieciocho me engancha hasta el aburrimiento de los que me rodean.
Isabel San Sebastian con Astur me llegó al corazón, ando en busca de la Visigoda.
El Profesor, un hombre carismático que me dio clase de literatura en BUP, sigue haciéndome  recomendaciones muy buenas, las cuales anoto con interés, la última fue La elegancia del erizo  que buscaré en breve.
Mi marido ha dado estabilidad a mi vida y sabe ser paciente con mis incoherencias, mis sinsentidos, mi poca paciencia y mí ser, tan rarito. Me ha demostrado fidelidad de sentimiento, cariño y buen hacer portándose como un señor siempre que las circunstancias lo han requerido. Conmigo no le quedan más narices que ir a la guerra cuando no hay escapatoria porque soy, no sé en qué sentido de la palabra, una guerrera.
Me considero afortunada por tenerlo de compañero.
Me hace feliz, también, ver fotografías  de la época que sea y de cualquier persona siempre que alguien me vaya presentando a los personajes.
Tengo cosa malas,claro, pero casi todas me las perdono después de intentar corregirlas.
De esta manera tan sencilla se está concibiendo mi historia y  ha sido un placer relatártela.
Todo lo que escribo tiene el mismo objetivo, contarle mi vida a alguien.
Supongo que eso tiene un significado oscuro y tortuoso  pero yo no lo sé, así que me limito a escribir siempre que las condiciones me lo permitan.


La casa del Baxanco. Loza