SNOOPY

En casa siempre había perros. Por parejas, un setter irlandés o un setter laberal, y un pointer. Vivían en la caseta al lado de la puerta principal y jamás cuestioné que ser cazador tuviera una parte negativa. Mi padre fue  cazador.
A veces, estamos sólo a un par de conversaciones
de nuestros sueños.

Entre la nebulosa del sueño después de una buena cena, se juntaban padres, los unos; amigos cercanos, los otros; primos lejanos, y algún espontáneo. En ningún momento, de esos mágicos que componían aquellas tertulias familiares, recuerdo haberme  cuestionado los principios éticos de su afición. Sólo sé, que dormitaba en algún lugar de la enorme cocina, escuchando como las voces conocidas contaban anécdotas que había oído mil veces, y hablaban, y  reían, y volvían a hablar. Resultaban palabras entrañables y acogedoras, saturadas de impagables valores morales y de buenas lecciones de geografía local.
Levantar una arcea, caminar y caminar detrás de ella. Un perro puesto. Un amanecer frío, un jersey de lana, pantalones de camuflaje, katiuskas altas, dos pares de calcetines, unas ligas, la canana, el sombrero marrón y todo el entusiasmo de la jornada siguiente, dormían apilados en el brazo del sillón preferido de mi progenitor, al lado de la chimenea.

En la vida hay cosas que nunca se pueden olvidar, indelebles historias que siempre guarda el corazón.

Antaño, tener perro era otro concepto.
Snoopy  llegó hace ocho años a la casa de al lado y dado que sus dueños, terratenientes dominicanos de muy recóndito empaque moral, tenían otras prioridades, lo tomamos bajo nuestra tutela,  por pura necesidad suya de loca carrera.
Un buen día decidieron irse a otro punto del planeta, quedando los perrillos a merced de la poca atención de uno de sus subordinados, y la desinteresada  colaboración de mi familia. Rodando una situación con la que no podía hacerme, y gracias al hijo del Comandante Pastor y a la encantadora Nieves, ayer, el animalito, se fue a su nuevo hogar.

No había llovido aquella tarde, pero las piedras del jardín estaban húmedas y el aire era gélido. Sintió un escalofrío cuando apoyó la rodilla en el suelo para abrazarlo y  escuchó el estruendo de los vehículos que se acercaban. Snoopy había sacado lo mejor de ella,  incluso ahora cuando se iba, seguía sacando lo mejor de ella.
Y si preguntas que cosa era la mejor que tenía,… lo ignoraba. Podía  intuir  una sensación parecida al amor que la conectaba con aquello que un día le hizo abrigar alegría.


Siento que te siento; que te adoro. Sin duelo. Eres perfecto  y  multiplicas por miles de millones las cosas buenas. Sin trampa. Sólo  te quiero. Paseo contigo y me devuelves el reflejo de lo grande que es un corazón. Lo veo en tus ojos  siempre tristes. ¡Buen Dios! cuanta emoción cabe en un último paseo. 
Tantos vagabundeos  inmaculados; tantas  medias horas de impertérritas andanzas, y ahí estas, alejándote con esos ojos clavados en los míos.

Bueno, dulce y bruto a la vez;  no protestas cuando la gente caritativa te sube al vagón. 
Campos de amapolas y cariño para un espíritu salvaje. Nadie se atreverá a decir que no tienes alma. O quizás sí. Tal vez, lo que vemos en los canes sea un somero reflejo de nuestra propia esencia.

Campos de amapolas y cariño para un espíritu siempre presente en mis adorados  perros, y no es verdad pque sea matemáticamente consistente, pero es verdad que los corazones sensibles están condenados a patrones de vibración irrefutables.

Te vuelvo a querer cuando te alejas. Si cabe, te quiero más mientras te alejas.

Imborrablemente vivirás en mí.


Multiplicas por miles de millones las buenas vibraciones. SNOOPY