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Señor Eugenio del Río |
Nací en un pueblo con mar, un mediodía
de marzo de mil novecientos sesenta y dos.
Mis padres Anita del Baxanco y Eugenio del Río emigraron, detrás de la riqueza que proporcionaba el carbón, a un Mieres revoltoso y profundo.
Él trabajó, se cultivó y llegó a ser administrativo en Hunosa, cosa que tenía a mucha honra habida cuenta que era huérfano de padres y de recursos desde los doce años.
Ella fue una esposa entregada, abnegada y bondadosa, era en el buen sentido de la palabra, buena. Es la frase que mejor define a mi madre.
Me criaron con esmero y dedicación intentando sacar lo mejor de mí en la España de los sesenta, un período machista en el vivir y a pesar de todo me educaron más como a un hombre que como a una mujer de la época, exigiéndome estudiar para poder vivir dignamente de una carrera; hacer deporte porque él lo consideraba fundamental y también cosa de mi padre fue inculcarme el gusto por viajar y conocer el mundo.
De mi madre aprendí el valor de la bondad por la bondad, ella era la abogada de las causas perdidas, pero nunca me exigió colaborar en tareas como cocinar, hacerme la cama, limpiar, ni ninguna otra tipificada ahora como sexista.
Tendía a solucionármelo todo y cuando mi padre decía –Esta niña no sabe hacer ni un cocido- ella respondía – Si es capaz de hacer una carrera, será capaz de hacer un cocido cuando lo necesite- y punto. Así quedaban las cosas, no sé si porque a él le convencía el argumento o porque ella las pocas veces que tomaba claramente una decisión era inamovible.
Tenía el don de hacerte sentir bien con su naturalidad, era y sigue siendo dulce y suave como un trago templado de café con leche.
Toda la vida le oí decir que su ilusión era hacerse una casa en Loza, cuando el ganaba mil pesetas al mes y una casa era un lujo impensable. Pero lo decía con el corazón y lo veía como algo factible así que lo consiguió.
Por eso la casa que ellos han construido con sus propias manos en la tierra de mis ancestros es un monumento a la voluntad de querer y un baluarte al amor por la familia y las raíces.
Hunosa, una empresa vinculada con el carbón y la minería marcó mi existencia, primero dando sustento a mi familia y después como el equipo de atletismo en el que conseguí éxitos deportivos.
Te hablo de récords de España en las categorías infantil y cadete, resulté un boom deportivo y una gran promesa del deporte asturiano.
Tanto Loza como el atletismo marcaron mi vida con historias de amor y desamor, éxitos y fracasos, miedos, seguridades y luchas sin cuartel, por correr más y por estar allí. Ambas facetas formaron el acervo de sensaciones de lo que es mi persona a día de hoy.
¿Ya te dije como amaba Loza, como añoraba su aire, a mis primos, a sus gentes, sus tejados de llouxa negra y su olor peculiar?. Occidente huele distinto, decía mientras abría la ventanilla del coche para llenar mis pulmones con amor y deleite. Era el mar mezclado con mis emociones lo que hacía que, incluso la ropa en los armarios de la casa de la abuela, fuera el más deseado de los perfumes.
Alguno de los valores más controvertidos a nivel emocional, los sembraron en mi joven espíritu las primas mayores- Que esto, no; que lo otro, no; que no y que no- ¡Por el amor de Dios! cuantos escollos tuvimos que vencer las mujeres de mi generación para llegar a nuestras propias convicciones.
Aún así, alguna de estas ideas ancestrales y la lucha contra ellas, constituyen la base de mis principios morales y me convertí, sin ser muy consciente, en una hippie en ideas y ropajes pero una mojigata en mis costumbres, lo que me proporcionó admiradores, detractores y una adolescencia confusa.
Siempre me produjo desasosiego el aceptar una crítica pero con el tiempo aprendí a conocerme por lo que pocas de ellas me sorprenden.
El amplio abanico de mis amigos iba desde los hippies más renombrados hasta los pijitos más considerados porque lo que en el fondo me gustaba, o no, era la persona que habitaba debajo de las vestiduras.
Hablar de temas serios y trascendentales relacionados con los sentimientos y las emociones, es uno de mis deleites y el conocer el por qué de las cosas mi caballo de batalla.
Tengo miedos infundados y una imaginación poderosa que bien conducida me da muchas alegrías pero cuando se desboca me produce sufrimientos, sobre todo imaginarios, que me agotan y me hacen tener manías.
Estas manías me acompañan desde mi época de deportista de competición, aunque dice mi madre que desde que me empecé a ennoviarme. No lo sé.
He intentado descubrir su origen y parece ser que provienen de tener un progenitor angustioso y excesivamente preocupado por algún tema en concreto o quizás por tener normas muy rígidas en la familia.
Pero todo el mundo tiene unos padres humanos con defectos y virtudes y cada uno de nosotros enfoca sus vivencias de niñez como puede.
Vivir entre dos mundos tiene consecuencias; unas buenas como que te enriqueces con las diferencias; y otras malas porque nunca estás completa en ninguno de los dos lugares.
Podía sentirme a gusto en muchos sitios aunque siempre echaba de menos Loza, estando allí todo tenía sentido pero no podía desarrollarme plenamente como persona. Tenía el corazón partío.
Mi infancia fue feliz y quizás muy protegida; mi adolescencia satisfactoria y tal vez muy poco protegida. Mi vida ahora es mía e intento hacerme dueña de mis decisiones y sus consecuencias. He descubierto que la felicidad esta en el camino, en disfrutar de las pequeñas cosas de cada día y me considero afortunada por haber sido capaz de llegar al fondo de este tabú.
Siendo adolescente me gustaba beber leche y me producía una satisfacción especial cepillarme los dientes.
Correr ha sido mi gran pasión, disfruto con cada zancada, me siento libre cuando peleo por seguir un poco más y el esfuerzo me hace valorarme como alguien especial y diferente.
Ser entrenadora ha marcado a fuego mi existencia; entiendo que he influido en la vida de muchas personas incitándolas a dar todo lo que llevaban dentro sin dejar de ser sinceros y generosos en el esfuerzo.
Desde la perspectiva que da el tiempo, el atletismo me ha llenado la vida de amigos, de buena gente, de buenos pupilos y de buenas sensaciones.
La pista de atletismo ¡Queeee maravilla! ¡Cuantas horas de mi existencia! El Cau, San Lázaro, la Universidad Laboral, el Batán, las Mestas, Serrahima, Vallermoso, las antiguas pistas de Orcasitas, el INEF de Madrid, el de Granada, el INSEP de París, Vila Real de Santo Antonio en Portugal, y bla, bla,bla.
Empecé corriendo en la tierra negra del Batán de Mieres de mi corazón, seguí en la ceniza roja del Cau; la Universidad Laboral de los setenta era de un material similar al asfalto, creo recordar que se llamaba bitumbelox y te dejaba las piernas destrozadas; luego llegó el tartán a las Mestas de Gijón y a partir de ahí el material sintético se fue haciendo más rápido pero para ese entonces yo ya corría desde el trescientos hasta meta en línea recta dando órdenes precisas y escuetas con el cronometro en la mano y respondía al nombre de Jefa.
Pensar para que mis atletas corrieran más fue siempre un reto sano para mi mente dónde metía todos las variables que rodeaban al deportista y después de un tiempo dando vueltas salían entrenamientos muy fructíferos, por supuesto aderezados de sangre, sudor y vomitadas.
El cuatrocientos, sus últimos metros agónicos, cargados de láctico hacen de quien los corre un personaje histórico por derecho propio.
El cuatro vallas es una sensación más fluida y llena de ritmo pero me ha dado muchas alegrías.
Siempre me consideré muy buena- Sacaré lo mejor de ti, te haré correr todo lo rápido que seas capaz, nadie te hará correr más rápido que yo en este mundo- les decía a mis atletas cuando venía alguno nuevo.
Y esa promesa fue cierta en la inmensa mayoría de los casos.
Pasa como con los cocineros, solía pensar, todos tienen los mismos ingredientes pero unos hacen magia y otros no. Así me siento como entrenadora… ¡Una artista!
Tengo que contarte además que existen dos lugares en genérico donde puedo pasar las horas sin sentir, en una librería o biblioteca, sobre todo si el olor a historia impregna el aire, y en una tienda de perfumes.
Disfruto tanto de una tarde de tiendas como dando clase a mis alumnos, o con un entrenamiento de láctico, donde mis atletas acaban a cuatro patas tirados en la pista después de un esfuerzo casi sobrehumano. No sé si te dije ya que me encantan esos entrenamientos que les cuestan sangre, sudor y lágrimas.
Me gusta felicitar a la gente de mil maneras por lo que hace bien y no me puedo callar cuando algo no me gusta, recuerdo en eso a mi padre, prefiero decir las cosas a la cara aunque a veces me sorprendo con una tendencia incontrolable al cotilleo que no me gusta excesivamente, pero ahí está.
Soy amiga de mis amigos aunque a veces voy demasiado a lo mío, dicen algunos, suelo ser generosa y templada, fruto del tiempo, porque antaño pasaba de cero a cien en cuatro segundos; claro que también tengo puntos débiles de los que me gusta hacerme consciente.
El nacimiento de mi hija resultó uno de los momentos mágicos en mi existencia y lo mejor del mundo. Verla crecer y ayudarla a ser una persona íntegra me cuesta un esfuerzo y me llena de orgullo.
Es la parte de mi vida en el que me dejo la piel sin ningún atisbo de duda.
Tener una familia saludable y longeva, la principal de mis pasiones.
La primera medalla de oro de uno de mis atletas quedando Campeón de España Absoluto en cuatrocientos metros vallas me subió la autoestima y pensé, Soy la mejor entrenadora del mundo, lo cierto es que era mi corazón el que hablaba.
Había tenido que pagar la entrada en la pista del Helmántico de Salamanca y el machismo en el deporte de esta España nuestra no me dejo crecer todo lo que genéticamente daba de mí en esta faceta.
Que mi padre se halla muerto entre mis brazos me dio paz y serenidad.
Abrazar a mi madre cada día, aunque ella no me reconozca, me llena de ternura.
Echarme un cigarrito mientras hablo con una amiga es agradable; una conversación de mujeres me reconcilia con el mundo; hacer regalos me reconforta; ayudar a la gente me infla el ego; dar y recibir amor en todos los aspectos de mi vida me hace creerme una especial y carismática criatura del universo.
Intentar que mi relación de pareja sea estimulante y novedosa me ocupa el pensamiento.
París siempre me produce emociones de vida, libertad y universo; San Sebastián me llega al corazón; Biarritz estimula mi parte glamurosa; Sevilla me da buenas oportunidades; Granada me enseñó a ser entrenadora; Mieres me crió y Loza es el reposo del guerrero donde están todos mis antepasados que me saludan cuando pongo el pie sobre su suelo.
La música me gusta en tanto en cuanto me recuerda algo, o me pone en contacto con mi corazón, Perales me enamora, los Panchos me recuerdan a mi padre, igual que Angelitos negros; Joaquín Rodrigo, mi amor; Albert Hammond, mi octavo de EGB; José Feliciano trae otro amor; Víctor Manuel me transporta a mi Mieres; Eagles, a California con una de mis mejores amigas. Verdi me hace sentir con un bebé en la panza; Amaia Montero me gusta; Melendi me hace feliz; Adamo cantando en francés me lleva de viaje con mi madre; la música amansa mi mente y desarrolla mi instinto de buscar felicidad.
Mi literatura en el recuerdo es sencilla, empezamos por los tebeos que leía, apilados en montones, el preferido era Rompetechos. Los cinco de Enyd Blyton son EGB, Martín Vigil marcó mi adolescencia desde La vida sale al encuentro hasta Una chabola en Bilbao pasando por Un sexo llamado débil donde Paula, Coro y Baby hicieron mis delicias. Primer amor primer dolor también fue esa época, sin olvidar Sexta Galería que tenía un toque costumbrista del Mieres que yo vivía en ese momento.
Las novelas de Marcial Lafuente Estefanía que había en la mesilla de noche de mi padre me valían tanto como las fotonovelas que cambiaba mi prima en una tienda de Navia, al lado del ayuntamiento, los jueves cuando íbamos al mercao.
En BUP, como siempre, leía todo lo que caía en mis manos pero recuerdo con especial cariño El árbol de la ciencia y Baroja era uno de mis preferidos como casi todos los de la generación del 98.
Pearl S. Buk me proporcionaba ratos agradables, aunque ese tipo de cultura me exasperaba un poco.
En mi primera carrera Ana Karenina me dejó impronta igual quee La Regenta, Yasnaia Poliana, El diario de Ana Frank y Cervantes, sobre todo por sus novelas cortas.
En mi segunda carrera leí mucha pedagogía. Mercedes Salisachs me gusta.
Siempre tengo un libro para leer y otro por leer.
Recuerdo otra época hace unos años en que leí todo de novela histórica; la historia me entretiene.
Después de eso surgió mi afición por los libros de autoayuda.
Tengo que decirlo, la novela inglesa del dieciocho me engancha hasta el aburrimiento de los que me rodean.
Isabel San Sebastian con Astur me llegó al corazón, ando en busca de la Visigoda.
El Profesor, un hombre carismático que me dio clase de literatura en BUP, sigue haciéndome recomendaciones muy buenas, las cuales anoto con interés, la última fue La elegancia del erizo que buscaré en breve.
Mi marido ha dado estabilidad a mi vida y sabe ser paciente con mis incoherencias, mis sinsentidos, mi poca paciencia y mí ser, tan rarito. Me ha demostrado fidelidad de sentimiento, cariño y buen hacer portándose como un señor siempre que las circunstancias lo han requerido. Conmigo no le quedan más narices que ir a la guerra cuando no hay escapatoria porque soy, no sé en qué sentido de la palabra, una guerrera.
Me considero afortunada por tenerlo de compañero.
Me hace feliz, también, ver fotografías de la época que sea y de cualquier persona siempre que alguien me vaya presentando a los personajes.
Tengo cosa malas,claro, pero casi todas me las perdono después de intentar corregirlas.
De esta manera tan sencilla se está concibiendo mi historia y ha sido un placer relatártela.
Todo lo que escribo tiene el mismo objetivo, contarle mi vida a alguien.
Supongo que eso tiene un significado oscuro y tortuoso pero yo no lo sé, así que me limito a escribir siempre que las condiciones me lo permitan.
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La casa del Baxanco. Loza |