CORRER O MORIR

(Artículo publicado por La Nueva España, Viernes, 28 de octubre de 2022)


Esta sociedad siempre nos recuerda que la muerte está al final del camino pero nos resistimos a creerlo porque el día a día es para los que estamos vivos. Por un momento imagínense ustedes que, en su entorno, morir fuera tan sencillo como cambiar de acera, tomar un café en el bar de la esquina o ir a la escuela. Entonces estaríamos, de alguna manera, poniéndonos en la piel de los que huyen de sus casas y se refugian en otros países para conservar la vida. 

Y en este marco de desarraigo y expatriación encontramos a un grupo de deportistas de ambos sexos que combaten el miedo con ejercicio aeróbico, la angustia con ejercicios de fuerza y la melancolía con ejercicios de técnica: son el grupo de personas que han hecho del deporte su bandera y de la empatía su forma de encarar la vida. Insistimos en que el deporte y su idiosincrasia les ha enseñado a levantarse después de caer, a seguir peleando cuando parece que todo está perdido, además de saber que nada se acaba hasta el último aliento, porque la competición te convierte en un buen guerrero. 
Pongámonos en la piel de los que huyen de sus casas
 y se refugian en otros países para conservar la vida. 


A pesar de haber sido expatriados, como refugiados, para driblar a la muerte en los conflictos existentes a nivel mundial, en 2015 y creado por el COI, nació el Equipo Olímpico de Refugiados (EOR). El Comité Olímpico Internacional en colaboración con ACNUR (el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) pidió a los diferentes comités nacionales que eligieran a los deportistas refugiados con opciones de clasificarse en los Juegos. En ese momento de los cuarenta y tres preseleccionados salieron diez atletas que provenían de Etiopía, República Democrática del Congo, Siria y Sudán del Sur, y participaron en atletismo, judo y natación. El judoca de la República Democrática del Congo, Popole Misenga, fue el abanderado.

El equipo formado, EOR, es financiado por las becas de Solidaridad Olímpica, un proyecto de ayuda a deportistas del COI, y tiene la misma enjundia, yo diría que un poco más de meollo emocional, que cualquier otro conjunto de grandes atletas, y es entonces cuando como equipo participa por primera vez, bajo bandera olímpica, en los Juegos de Río de Janeiro de 2016.
Este equipo se creó para llamar la atención sobre la crisis de los asilados en un momento en que el número de personas desplazadas por la violencia y las persecuciones llegó al nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial, así que el solo hecho de su participación en los Juegos Olímpicos era oro, amén de un homenaje a la valentía y la perseverancia de todos los que a pesar de haber perdido familia inmediata, hogares, amigos y hasta la esperanza, eran capaces de superar la adversidad y construir un futuro mejor para su gente. Con su participación en estas olimpiadas enviaban un mensaje al planeta: eran embajadores de los que no tenían voz porque vivían en campamentos de refugiados y usaban su maestría atlética para demostrar que podían hacer todo lo que otros seres humanos pudieran hacer, además de contribuir a promover la paz en el mundo. Llevaban al Equipo Olímpico de Atletas Refugiados dentro de sus corazones. 

La selección de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (aplazados debido a la pandemia de la COVID-19), para la que sería su segunda actuación estelar, se da a conocer el 8 de junio de 2021 y estaba formada por veintinueve atletas de trece comités nacionales, elegidos entre cincuenta y cinco candidatos para competir en doce disciplinas. Yusra Mardini (nadadora siria) y Tachlowini Gabriyesos (maratoniano eritreo) fueron los abanderados en la ceremonia de apertura y el taekwondista iraní Kimia Alizadeh logró la medalla de bronce en su disciplina. 

Por otro lado La Fundación Olímpica para los Refugiados también fue creada por el COI en colaboración con ACNUR, en 2017 y tiene como objetivo "ser un símbolo para la esperanza para todos los refugiados del mundo", según Thomas Bach y persigue apoyar a los atletas desplazados más allá de las citas olímpicas y, a través del deporte, proteger a los jóvenes desterrados, de la violencia y la exclusión social, fomentar su acceso a la educación, a la sanidad (sobre todo la salud mental), y en definitiva, promover este rol del deporte para la ayuda humanitaria. 
De estas iniciativas se han beneficiado alrededor de doscientos mil jóvenes, en ocho países: Colombia, Jordania, Kenia, México, República Democrática del Congo, Ruanda, Turquía y Uganda, además mantienen el objetivo de alcanzar el millón de jóvenes beneficiados en el año 2024, una cifra simbólica si tenemos en cuenta los más de cien millones de personas desplazadas por la fuerza que existen en el mundo. 

La Fundación Olímpica para los Refugiados es responsable del Equipo Olímpico de Refugiados y ambas entidades han sido galardonadas, por méritos propios, con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2022; pero no podemos olvidar que en esta edición concurrían al galardón un total de 24 candidaturas de 10 nacionalidades. El jurado del Premio –convocado por la Fundación Princesa de Asturias– estuvo presidido por Abel Antón Rodrigo, atleta olímpico, y la candidatura ganadora ha sido propuesta por Juan Antonio Samaranch Salisachs, vicepresidente del Comité Olímpico Internacional. 

Y aunque alguien dijo que un refugiado es como un árbol que se trasplanta porque su raíz nunca crecerá con tanta fuerza, considero esta una seductora teoría para gente sin fe puesto que la humanidad siempre encontrará en sí misma la fuerza para vivir como demuestran claramente este puñado de valientes deportistas; y yo, siendo más de ilusión que de esperanza digo como Borges: “Según se sabe, esta mudable vida, puede entre otras cosas…, ser muy bella” 
                                                                                           Ana García de Loza

La humanidad siempre encontrará en sí misma la fuerza para vivir