.A mi primo Jose Manuel, con respeto y admiración
Amanecí otra vez con el sonido del nordeste en la
ventana. Llevaba varios días sin dormir. Te escuchaba hablarme entre los
gemidos de aquel viento al que tanto amaba y de aquel mar que compartíamos por
la costa.Jose Manuel y su princesa.
El sueño se me escapaba entre los recuerdos que tu
vida dejaba en mi vida; recuerdos con forma de maravillosas imágenes pero de
fondo se pergeñaba un gran dolor.
Tendría yo
tres años cuando en casa me dijeron que iba a conocer al primo Jose, el
muchacho estaba estudiando en Francia y a propósito de esta noticia, mi padre
me enseñó la fotografía de un precioso niño rubio. El color de su pelo debí de
suponerlo porque rubia era toda la familia y no porque la foto lo indicase,
pues por aquel entonces las fotos eran en blanco y negro. Lo importante es que
aquel infante tendría un par de años más que yo y mi mente, que ya por entonces
era soñadora, decidió que era un lujo tener en la familia algo tan especial.
Llegó el esperado día
del encuentro y cuando la puerta de la casa se abrió yo solo quería ver al primo
pequeño. Me calmaron– Vendrá enseguida–pero creo recordar, porque mi buena
memoria es mi condena, que me preocupó pensar que haría un niño pequeño solo
por ahí.
No quise sentarme en el
cuello de mi padre, no acepté un refresco, detalle poco habitual en mí, y me
quedé expectante apoyada en el marco de la puerta observando el enorme espejo
que había al final del pasillo. Alguien me quitó el abrigo de cuadros con doble
botonadura, el gorro que tenía un pompón en la cabeza y los guantes que tanto
me molestaban. Así que mientras mi padre colocaba mi pelo rubio, que había
peinado con delicadeza un rato antes de salir de casa, yo cambiaba el peso del
cuerpo de un pie al otro, miraba de reojo los dulces que la tía había sacado en
una bandeja plateada y aunque la bandeja en cualquier otro momento habría sido
mi prioridad, ahora mis ojos infantiles chispeaban en dirección ora del espejo
ora de la puerta de la calle.
Pareció pasar una
eternidad durante la cual yo seguía sin entender porque un niño vagaba solo por
las calles cuando una llave se introdujo en el bombín de la cerradura. Madre
del amor hermoso, la emoción me devoraba – Ya llega el primo Jose– dijeron y me
agarré a mi padre que en cuclillas sujetaba mi mano. Todo el mundo estaba ansioso,
al menos eso me parecía, y la puerta no acababa de abrirse. Algunas cabezas
asomaban detrás de la mía y de pronto cruzó el umbral con tanta expectación
como él levantaba, un adolescente guapo, desgarbado, vestido de juveniles
formas, rubiaco y con los ojos tan azules como el mar profundo.
El impacto en mí no
pudo ser más atronador, me quedé envarada, desencajada y espantada. Todos me
observaban y yo miraba a aquel gigante que escuchaba atentamente la historia de la foto que me habían enseñado.
Unos se reían, la tía decía – Ay pobre, que
chasco– pero seguí mirando al muchacho durante un rato hasta que por fin
reaccioné para preguntar – ¿Dónde está
mi primo, el pequeñín? – entonces sí que una carcajada sonó al unísono mientras
él me cogía en volandas, me achuchaba y me decía que había crecido pero que
seguía siendo el niño de la foto. Nunca olvidaré aquella sensación, ni la
maravillosa imagen de lo que un día fue, ni al niño grande que siempre se preocupó
por mí.
Tiempo de sufrimiento que
triste pasas, que triste cruzas mi corazón. Tiempo de realidades como nos
hieres, como lastimas el devenir.
A mi memoria acuden
volando los recuerdos de aquel salón soleado y lleno de fotos familiares donde
en una esquina, escondidos de las manos revoltosas de las pequeñas de la casa,
una pelirroja y una rubia idénticas, esperaban los discos comprados en Francia
que deleitaban tu tiempo de ocio. Era un tesoro que nosotras valorábamos y del
cual disponíamos libremente cuando no estabas presente; tesoro que por prohibido
resultaba más idolatrado y que no dudábamos en revolver por el simple placer de
provocar a la suerte. Que lejos en el tiempo y sin embargo que cerca de aquella
habitación donde, este domingo pasado,
Pensar que no me querías
me dejaba sin aliento; imaginar que no
me apreciabas con el amor de la sangre, con el arraigo de la familia y
con la fidelidad de la casta, me partía el corazón. Pero por suerte no era así.
Entré y vi tu cara
serena y esos ojos de Mura, tu piel blanca, un poco de barbita que te hacía
parecer guapo, lo que eres y lo que siempre has sido, guapo. Especial, raro,
diferente pero interesante. Recto, estricto, gruñón pero único. Eso eres tú,
uno de nuestros hombres preferidos en el mundo desde que el poder de la sangre
corre por nuestras venas. Porque está bien vivir una vida que otros no
entienden, está bien querer más de lo que te dijeron que debías de querer, está
bien ser grande y ocupar todo el espacio, está bien en definitiva, haber
compartido momentos contigo y sobre todo está bien quererte.
Pensar que en no mucho
tiempo estarás en un Universo plano que no tiene centro, donde los neutrinos
son partículas fantasmas, donde hay estrellas muriendo, galaxias chocando,
donde las ondas gravitacionales las produjeron agujeros negros colisionando
entre sí, todo ello me da un vértigo terrible; el mismo vértigo que a ti, lo vi
en tus ojos.
A mi entender cualquier
buen recuerdo paga una deuda y, después de haberte dejado en aquel rincón
sereno de Anleo, estamos dispuestos a seguir adelante por un vinín (Pago de
Carraovejas, a poder ser) de vez en cuando en tu compañía, por ser fieles a tu
rectitud y a tu doctrina de vida, porque has construido un entorno para que tu
gente sea feliz y sobre todo porque somos los García, esos seres extraños y
raros que pueblan el mundo y avanzan en una longitud de onda que no todos
comprenden pero en el fondo de sus conciencias todos saben respetar.
No hay preocupación más
constante ni más aterradora para el hombre que la muerte y dado que tú has
superado esa parte, sé que habitas un espacio infinito donde tu mujer, tu
princesa y tus nietos son el centro de la galaxia.
Cuando alguien se lleva
parte de tu vida al otro lado recuerdas lo que te hizo sentir, y tú primito, nos has enredado en magia hasta tu
último aliento. Gracias por haber estado ahí, por haber existido y por poner en
valor a toda la familia. Tu buen hacer nunca nos abandonará porque solo cuando
eres hombre de bien sabes lo que es bueno; y solo si has cumplido con la vida
entiendes lo que empieza y lo que acaba.
Decía Virgilio que la fortuna
favorece a los valientes y tú, no cabe duda, has sido un hombre afortunado.
Cuando alguien se lleva parte de tu vida al otro lado recuerdas lo que te hizo sentir. |