SOY UNA EXAGERADA
Soy escritora, así que no debéis de creer todo lo
que digo ni tampoco debéis de descreer, porque en todo lo que cuento siempre hay una parte de alma y otra
porción de fantasía.
Creo que todos tenemos más de una cara y más de una
realidad y que todas ellas son ciertas por eso debo de confesaros, amigos míos, que
en una de las caras de mi medallón aparece una reina, como la de Inglaterra, en
su senectud, a la cual admiro y respeto, y en el envés de esa medalla se ve una
gitana a la que gusto de lucir en mis
redes sociales.Me siento identificada con esta,
mi gitanilla particular.
Con ambos personajes me siento total y absolutamente
identificada pero lo seguro es que mi pensamiento no se detiene y según avanza,
la vida, me acerca a personas increíbles y aleja de mi a personas que quiero y
me gustan, y eso que las quiero de querer y me gustan mucho, pero si decía
Giovanni Papini que el arte más perfecto, la música, late, pasa y desaparece, por
qué no va a ocurrir lo mismo con los sentimientos.
Sentir también es un arte que necesita práctica por eso me pasman, y a la vez me resultan tan
atractivos, esos extraños ejemplares humanos, tanto en masculino como en
femenino, primitivos, ancestrales y muy
arcaicos que tienen un trozo de hielo por corazón. Pero no nos engañemos porque
aunque ves en ellos un dechado de defectos
y te crees por encima de sus
miserias, al final, tú, no eres más que una de sus blasfemias.
No sé cuál es el motivo por el que, siempre, sin
excepción, soy poseída por aquello que creo poseer y la exageración en mi sentir me hace
vulnerable a más cosas de las que me gustaría, como por ejemplo: un niño que llora, un gato
atropellado, un perro perdido, un anciano que no tiene contertulio y alguno de
esos seres antediluvianos que parecen
habitantes de otro tiempo.
Otras veces me siento identificada con todos los
impresionables de mi mundo próximo, y me imagino como una torre con alta
frecuencia de vibración que emite una luz potente, a intervalos, para orientar
a los más sensibles; y aunque soy
consciente de que hasta finales del siglo XVIII todos los faros se iluminaban
con hogueras, yo, a mis adláteres, los
atraigo con fantasía e imaginación y como el faro de Ortiguera tengo de característica un grupo de dos
ocultaciones blancas y veintidós millas de alcance; la linterna de mi faro funciona
con sensibilidad y empatía; es multicolor, multirracial y posee una cubierta
brillante. En caso de fallo, entra en funcionamiento otra linterna alimentada
por realidad y es en ese momento, cuando desciendo a los infiernos.
Insisto, los que me conocen bien, dicen que soy una
exagerada.
Siempre soy poseída por aquello que creo poseer.
ANA GARCÍA DE LOZA