Queridos lectores, voy a contaros una tierna historia con la que he participado (hace poco) en un libro colectivo titulado Habitación 2019. Espero que sea de vuestro agrado.
Tenía
el pelo entrecano y unos ojos tan negros como el carbón que sacaban de las
entrañas al pueblo de su madre. Le gustaba sentarse al sol y no necesitaba ser
ni hombre ni mujer; sólo necesitaba sus brochas. Con aquellos anteojos, que le
colgaban de la punta de la nariz y aquellos pinceles, podía hacer inmortal a
cualquier paisano.
"No creo en las casualidades" dijo la chica. |
Su
fama de buen pintor ya le precedía y cuando se bajaba de aquel tren ómnibus,
que iba de León a Gijón, muchos viajeros observaban con curiosidad sus
caballetes y cuchicheaban admirados. Corría el año 1973 y acababan de inaugurar
el hotel de la Reconquista en Oviedo en el lugar donde antaño se asentaba un
hospicio y el pintor vivía en una de aquellas ciento cuarenta y dos habitaciones
durante los días que duraba la exposición.
Cual
fiel guardián de su obra paseaba, desde
primeras horas de la mañana, alrededor de la regia sala de aquel hotel de
Oviedo donde temporalmente se hallaba parte de su vida colgada en la pared. Fue
en uno de aquellos paseos, y recién entrado de la calle, cuando notó la
presencia de una joven sentada en el banco de madera, de cerezo tallado, que
estaba justo a la entrada de su sala de exposición. Pasó al lado de la chica y ella
lo miró fijamente. Tenía unos ojos tan azules que casi deslumbraban. Sus ropas
no le llamaron la atención pero en conjunto parecía alguien especial y
diferente. Le echó una mirada liviana al cruzar el umbral de la puerta y entonces
recordó haberla visto otra vez, por eso se quedó envarado y decidió dar la
vuelta para conversar. Pero cuando salió, ella, ya no estaba.-Bueno, –pensó –,
supongo que será huésped en este hotel, así que la próxima vez que la vea le
preguntaré de dónde venía ayer en el ómnibus.
Al
día siguiente volvió a ver a la chica sentada en el mismo banco, se acercó a
ella y le dijo con tranquilidad que la había visto, días atrás, en el tren.
–Sí,
–dijo ella. – Le he visto a usted dos veces. Esta es la tercera.
–
¡Qué casualidad! ¡Viajamos a la vez y estamos aquí hospedados los dos!
–Respondió el pintor.
-
No creo en las casualidades. –Replicó la chica en el mismo tono impersonal en
el que hablaba, mientras lo miraba fijamente. Entonces alguien lo llamó y
cuando volvió, la misteriosa muchacha ya no estaba.
A
la mañana después de su encuentro, el pintor la echo en falta sentada en el
banco de cerezo pero se acordó de que mientras hablaban, el recepcionista los
observaba atentamente y sin pensarlo más fue a interesarse por la joven.
–Oiga,
¿podría usted informarme de si sigue aquí hospedada la chica con la que yo
hablaba ayer? –Preguntó el pintor.
-
No vi ninguna chica. -Respondió el recepcionista valorando si le hablaban en
serio.
-Sí,
sí. Usted nos miraba fijamente cuando, ella sentada en el banco y yo de pie a
su lado, conversábamos. –Insistió el pintor, a la vez que pensaba si aquel
recepcionista sería normal.
–Perdón,
señor –continuó el trabajador del hotel–Yo le miraba fijamente porque lo veía a
usted hablar solo, mirando al banco de cerezo.
CONTINUARÁ EL MES QUE VIENE...
Yo lo miraba fijamente porque lo veía a usted hablar solo. ANA GARCÍA DE LOZA |