"Si he perdido la ilusión, el tiempo, todo
lo que tiré como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra" (Blas de Otero)
J´ai entendu dire que le temps met chacun à sa place. Dommage car je ne te vois plus.23/05/2020 |
Perseverar en un desconsuelo obstinado es una
conducta de impía terquedad; es un proceder indigno de persona inteligente;
muestra un corazón demasiado sensible y
un alma sin resignación. Pues si sabemos que eso que añoramos no ha de suceder,
¿por qué con terca oposición hemos de tomarlo tan a pecho?
No os creáis, queridos lectores, que hablo del
típico culebrón del que muchos huimos. No; ni mucho menos. Estoy pensando en
personas del género masculino que son de carne y hueso, te los cruzas por la
calle, tienen un trabajo importante, son seres inteligentes, mentes resolutivas
y…también lloran.
Y no lloran por dinero, no sufren por avatares de
enjundia intelectual, no son astronautas devanándose los sesos por si hay vida
en otros planetas; son hombres y lloran por amor, escriben por amor, pintan por
amor, fuman por amor, beben por amor y en definitiva, penan por aquello que no
pueden poseer. Porque aquella historia que no tiene demasiado lógica, y a la
que le sobra imaginación, es la historia que no les deja vivir.
Y entonces, nuestro hombre íntegro que se ha vuelto
a enamorar, fuera de tiempo, cree que todo sería mejor sin tanto corazón y,
además, su vida sería casi perfecta sin aquella obsesión.
Insisto, aunque parezca un brutal fresco de
entreguerras pintado en otoño y que adorna el salón de un envilecido burgués caduco,
no es anormal tener una ilusión. Conozco a pocas personas que no
tengan su ilusión; una ilusión que les impide ser totalmente felices con lo que
tienen; una ilusión que carcome la rutina hasta hacerles pensar que todo podría
ser diferente.
No te equivoques, hombre de bien, todo llegaría a
ser lo mismo.
No te dejes engañar, no permitas que la imaginación
te fustigue. Lo que pudo haber sido y no fue, no merece la pena. No te sientas
diferente; no eres raro. Y sí, tienes suerte. Solo debes de saber que cada uno tiene su
propia obsesión.
Él era un hombre apuesto. Tenía la frente grande y
cubierta con un montón de pelo negro, otrora ensortijado; la nariz también grande
y aguileña. Frente a él, su mujer, menuda, bonita y con la mirada alegre. Los
niños, como ella, sonrientes, siempre sonrientes. A su derecha los invitados
que le entretenían pero en cuanto tenía un momento de sosiego volvía a su
mente, de forma insistente, aquella obsesión; siempre la misma.
En la mesa él veía un ramillete de violetas frescas, una jarra de
cristal con el borde de plata y una salsera con una tapa que se abría con un
leve chasquido para dejar pasar la salsa; había un plato con el borde también
plateado, una botella de vino y una fuente con un trozo de ternera. Y entre
bocado y bocado, su obsesión. Aquel sentimiento que hacía que pareciesen nimiedades
todas las bendiciones que la vida le
había dado. Pero, no; despierta; olvídate de esa mujer, ya que no es la tuya.
Nunca será la tuya.
Aprecia lo que tienes y coloca tu ilusión donde buenamente
puedas porque vivimos en un punto del universo, en una mota de polvo suspendida
en un rayo de sol. Sentimos emociones fervientes que nos permiten abrirnos al mundo
y vibrar con la vida. Así que sé generoso contigo mismo y olvídate de ella; no dejes
que te sumerja en su envolvente oscuridad, y recuerda, lo que convierte una ligera
obsesión en un amor eterno es la manera en que se entreteje con el tiempo.
En definitiva, queridos lectores, sabemos que ellos
también sufren tribulaciones, también sufren por amor y, sobre todo sabemos,
que ellos también lloran.