El otro día apuntaba una persona, conocedora de la
vida, que me dominan las emociones; algunas veces las buenas y otras veces las
menos buenas; pero sea como fuere tras un rato de conversación, con aquella
escuchante impertérrita, me quedé con buen cuerpo y con la grata sensación de
haber visto a ese ser que, desde mi interior observa la vida hace tiempo, tanto
tiempo, que a veces pienso si no seré más
vieja que el propio mundo. Y lo digo por
la cantidad de emociones que habitan mis recuerdos.
La felicidad que no acaba de llegar se llama ilusión. |
Después, mientras paseamos, contemplo este paraíso
que tengo al lado de casa donde la naturaleza se expresa con injerencia y,
aunque mi circuito límbico sigue dando vueltas, llego a la conclusión de que no
todas las pasiones se asemejan. La felicidad que no dura se llama placer, y la
que no acaba de llegar se llama ilusión.
Aquella mujer me aconseja tener más mesura y, en
defensa propia, alego que entreno mi paciencia para que esté a la altura de mi impaciencia.
Entonces pienso en ti y en ella y en la otra y en todas las personas que han
marcado mi vida; y me dejo llevar por la mente errante para acabar al borde de un estanque, gorjeando
como las palomas.
Y vuelvo a pensar en ti, y le cuento a ella, que
fuiste uno de esos amores intensos, cíclicos, siempre maravillosos pero irreales. Uno de esos amores que pueblan
mi existencia.
Dos días por
semana, quedábamos. Siempre a la misma hora; siempre en el mismo lugar. Hacía
calorcito en aquel rincón y mientras te adoraba, yo, me perdía en observar las motas de polvo que bailaban alrededor de
los oblicuos rayos de sol. Pero allí estábamos; tú para ser querido, yo
queriéndote.
Llegaba ilusionada y emocionada de volverte a ver porque el día, después de ti, era aire vacío.
Durante cada uno de aquellos momentos sentí tu calor, tu arte; adoraba tu forma
de hacer; de estar y de existir. Idolatraba tu manera de defender a los pobres,
tu capacidad de vivir con soltura entre
reyes y reinas. Yo te quería y me
gustaba tu tacto recubierto por la pátina del tiempo; y entonaba tus palabras
escritas, cual juglar enaltecido. Y de vuelta a la realidad, allí seguías; eras
parte de mí. Aquellos días, sí.
Vivimos un
romance irrepetible. Me susurraste cosas grandiosas.
Pero eso ya
se ha acabado querido Dickens; por tu crueldad como persona, por defraudarme
como ser humano y por permitirme imaginar cosas imaginarias. Por eso y por
mucho más. Pero sobre todo porque la sinceridad es poco hábil, vulnerable e
inocente.
Aun así,
volví a buscarte en un día claro. Allí seguía la silla, abandonada en un
rincón, mientras los personajes de tus historias flotaban en el aire riéndose
de mí; a carcajadas. Volví a buscarte pero no, tú ya no estabas. Habías
descendido a los infiernos arrastrado por la parte más oscura de tu
mente.
¡Qué difícil
es, querido Dickens!
Insisto: La sinceridad es poco
hábil, vulnerable e inocente y mi madre aseguraba
que a veces es necesario omitir la verdad para evitar males mayores. Aunque yo soy cautiva de la sinceridad.
Queridos amigos : Esta entrada incluye parte de un texto que forma parte de mi contribución al libro : Obras para coleccionistas pobres o avaros editado por Más Madera.
Entre toi et moi il y a un ciel que je ne sais pas trouver.
Joyeux anniversaire
Ana García de Loza
Ana García de Loza