Ya casi ha acabado el verano y sigo siendo la misma; esa mente inquieta que
si vive el momento adecuado se encarga de eternizarlo; la misma que observó
como un ramillete de sensibilidades
vibraban en la oscuridad obligada de un templo. Rostros abstraídos;
canales de paso para un sinfín de emociones ilimitadas en clave de sol. Un venerable
anciano, a mi izquierda, marca ligero, el compás con su bastón. Y allí estoy
perdida entre escalas y arpegios queriendo sentir cosas que no siento;
queriendo ser más sensible de lo que realmente soy, intentando trasformar el
dinero de mi entrada en minutos inolvidables. Y aunque las manos ágiles sobre
el piano del artista trataron de salvar la situación, devorando el gran galope
cromático, esta vez no ha podido ser. La música de este pianista no me ha
llegado al corazón y ninguna presencia, excepto la de Luisa, a mi diestra,
resultaba imprescindible.
¡Gracias al cielo encontré esa quinta esencia que ando buscando todos los veranos! |
A veces el problema de las situaciones, y de alguna persona, es que me
aburren o bien porque nunca me han interesado o porque, aun habiéndome
interesado mucho, pierden el encanto.
Si damos por sentado que la quinta esencia es la parte fundamental o más
importante de algo, reconozco que estas veladas ya no me aportan inspiración y
dejan mi espíritu insatisfecho y en
busca de ese elemento sutil que la filosofía antigua consideraba como el quinto en la constitución del
universo.
Gracias al cielo, a los pocos días,
encontré en Oporto esa quinta esencia que ando buscando todos los veranos; esa que
entre los alquimistas era fundamental en la composición de la materia, y aunque
en esta ocasión no me la había aportado la música, sí me la proporcionó un par
de horas con Frida Kahlo. En el Centro de Fotografía portugués el espíritu de
esta mujer interaccionó conmigo, que siento un profundo respeto ante su
presencia. Y noto que la importancia de Frida va más allá de su arte. Su
personalidad y sus convicciones se me manifiestan en estas 241 fotografías que
ella coloreó: les imprimió besos, las recortó y les inscribió pensamientos. He
sentido su intimidad, he conocido sus intereses y he sido testigo de su vida
atribulada; he notado como seduce a la gente, incluso desfigurada, y he amado
con ella a Diego Rivera. Creo que no puedo pedir más, salgo de allí fascinada.
Mientras, ahora en Loza, el viento silva
si te asomas porque de lo contrario el sol de la media tarde, de un agosto más,
te invita a vivir; y deambulo de arriba abajo, de abajo arriba, pensando en
dejar de pensar. Entonces caigo en la cuenta de que también hay miradas que no
dicen nada; personas que nunca serán culpables de desamor porque son incapaces
de sentir apego; faltos de ternura y presos en su propia indiferencia deberían
de llevar algún distintivo, que prevenga a los de a pie, de sus estigmas.
Momento a momento se va un verano que me
ha dejado: la ternura de encontrar a un buen hombre, amigo de Eugenio, ligado a
mi infancia; la certeza de que tengo edad de Talaso, en as Mariñas, con mi gente; la
alegría de conocer a una mujer inteligente que, cada sábado, sosegaba mis
tribulaciones; el aliciente de una comida contigo cada semana y el placer de
ese revelador café de todos los veranos en los soportales de La Colorada. Queda
demostrado con todas estas pruebas fehacientes que ese ADN arcaico que comparto
con vosotras tiene un impacto sutil pero significativo en nuestros veranos y en
nuestra búsqueda de la quinta esencia.
Y en ese túnel que a veces llamamos tiempo
se alimenta mi fantasía, se engrandecen mis anhelos, o se calma mi sed de
emociones. Y después de hipnotizarme con banalidades, el mismo tiempo me incita
a vivir cada minuto como una fiesta para los sentidos. Otras veces me
descorazona. Pero, aun
así, sigo siendo yo y quiero recordarte que tengas fe, pues hay una intención
oculta en todas las cosas. Si no, nunca nos habríamos conocido.
“Sabia que o campo de batalha do sofrimento se reflectia nos meus olhos”Frida Khalo Ana García de Loza |