"Infinitas, tan largas como tus renglones y tus silencios" J. Fernández |
Recuérdame que diga no cuando me propongan volver al Camino, apuntaba ella misma el año
pasado a estas alturas de curso. No estaba hecha para su naturaleza aquella
aventura, o al menos eso pensaba antes de emprenderla.
Pero allí se encontraba repitiendo errores, perdiéndose en Lugo con destino Portomarín y haciendo amigos. Por
lo demás, la primera noche hizo calor y sólo por eso ya habían mejorado. La
luna brillaba roja y los chicos todavía no estaban cansados porque hablaban sin
parar, así que el calorazo dentro del saco era el menor de sus problemas.Creo que vislumbro mis miedos, esos que me produce la distancia y el preocuparme porque debería de estar en otro sitio, pensaba dando medias vueltas sin poder dormir.
El día siguiente empezó antes del alba y el viento daba un toque agradable al entorno, parecía nordeste pero no era frío. A esas horas no había colocado todavía sus ideas así que se movía entre los jóvenes con cara de estar ausente. Pudo acompañarlos en vivo y al minuto y así llegaron a Palas de Rey.
El ir dejando cosas inútiles en el camino los va
imbuyendo en la idea de que las cosas que realmente necesitan y tienen
importancia son sencillas, un vaso de agua, una sonrisa, una palabra de
aliento, una mano que te tienden, un compañero que te espera. El silencio es
tan parte del camino que al principio los asusta pero luego aprenden a
disfrutarlo y lo reconocen imprescindible.
Siguieron durmiendo en el suelo y a la mañana
siguiente llegaron a Leboreiro donde el año anterior habían hecho una
nonagenaria amiga que vivía en el centro del pueblo y les daba conversación.Boente y al final de la jornada Arzúa.
La parte árida y de desierto de este paisaje acompañado del silencio es el lugar donde nuestros demonios cotidianos asoman, nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras frustraciones, nuestras debilidades y nos damos cuenta de que este es el momento de mirarlos de frente con paciencia y al igual que a los kilómetros, los demonios, que parecen inmensos, se vencen con perseverancia y a pequeños pasos.
Y aunque sus demonios personales aparecieron enseguida y estuvieron presentes un par de días, hasta que una conversación inteligente y práctica los hizo difuminarse, madre de Dios como la habían agobiado.
Si que iba a resultar cierto que aquella ruta era terapéutica.
Cuarto día de Camino, a estas alturas era experta en conversaciones de besugos, en suelos húmedo, en ducharse si podía, en ponerse la ropa mojada y en vivir emociones a borbotones entre galletas el príncipe y filipinos; príncipe profesora, príncipe.
Caray con los jóvenes, resultaban tan puntillosos como predecibles, sobre todo después de convivir esta experiencia con varias generaciones se podía percibir enseguida quién sucumbiría al cansancio, a las ampollas, al desaliento, al dolor y en definitiva al Camino.
Lo maravilloso del género humano es que cada año los muchachos te sorprendían con su pundonor, su espíritu de lucha, su deseo de superación y su ternura.
Mientras caminaban en busca de un buen lugar para el descanso, la niebla dibujaba en el valle una elipse circundada por pinus pinaster y se disipaba a medida que avanzaba la mañana.
Las tentaciones también aparecían en forma de ideas como dejar la mochila, subir al coche de apoyo durante un trecho, olvidar la solidaridad y el compañerismo, pelear por nada y sobre todo, flotaba en el aire, la tentación de abandonar. Aunque uno de los principales miedos era presentarse ante los demás como un ser indefenso y herido.
Esto significa ser peregrino y este es el sentido espiritual de la ruta jacobea.
Llevaba compañía, en este caso femenina, que le contaba historias con sabor a adolescencia, a ilusión y a una existencia por vivir. Resultaba impresionante el espectáculo de toda una vida por delante en una carita ingenua y unos pies destrozados.
Llegaron a Salceda, veinticinco kilómetros para la meta.
Disfrutaba de tener alguien con quien conversar, con quien sellar las credenciales o con quien equivocarse de carretera secundaria. Para la peregrina era más duro ir en el coche que el dolor infinito que le impedía caminar. Convivían cómodas pero la copiloto no estaba haciendo lo que hacían los demás y eso la inquietaba.
Cuando llegan a Santiago sienten satisfacción y verdad; pero nunca van a olvidar que debajo de estas emociones están el dramatismo de la pelea por seguir adelante, por avanzar un paso más, por ignorar el dolor, por olvidar la lluvia que te cala hasta el espíritu, el frío, el sueño, el cansancio y la añoranza de tu casa; lo que ocurre es que en grupo la angustia se diluye.
Si quieres algo bueno, búscalo en ti mismo. Epicteto |
Llegar a Santiago es la paz, la armonía y la culminación de todos sus esfuerzos.
Los mejores momentos de la vida, según M. Csikszentmihalyi, suceden cuando una persona llega hasta su límite en un esfuerzo voluntario para conseguir algo difícil y que valga la pena.
Ellos estaban totalmente de acuerdo.
A estos muchachos se les ofrece el milagro de unas jornadas difíciles y llenas de tropiezos, la posibilidad de ir dejando cosas inútiles en el trayecto, de saborear el silencio y de nuevos amigos.
El placer de llegar a la meta envuelve en un manto de olvido todas las penurias del camino.
"Y amarás a Dios sobre todas las cosas" |
¡ENHORABUENA
MUCHACHOS!
"Cuando haces lo que debes, te conviertes en quien eres". A Bolinches |