NAVIA Y LA SENSIBILIDAD

 

NUNC ADVENIT

Hace un año escribí esta crónica, que por diversos motivos no vio la luz; el momento ha llegado.

Con la sabiduría que nos proporciona la edad entendemos que hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir pero tampoco ignoramos que entre esas dos fechas tenemos que vivir; por tanto afirmo que es un lujo sin parangón poder disfrutar de momentos tan singulares como los que acontecen este verano, de dos mil veintidós, en la Villa de Campoamor. por otro lado cuenta Chéjov que el rey David poseía un anillo con la inscripción: «Todo pasa.» Y sí, es verdad, todo pasa;  y pasará la vida, por ello disfrutar de  placeres como la buena música y la poesía enaltecen nuestro espíritu.

Y hablando de buena música decir que se han convertido en un ritual lleno de magia los conciertos que de la mano de Justo García y de Juan Coloma llegan a nosotros cada agosto naviego. Arropados por un entorno casi familiar con una acústica envidiable y envueltos en el devenir de la música, primero la del Maestro Egozcue y dos días después la de Sir Joaquín Achúcarro, sentimos emociones intensas próximas a  la sedación física y al consuelo contemplativo.

Del maestro argentino diremos que es la confluencia perfecta entre el nuevo tango y el jazz contemporáneo y, a mí personalmente, me ha resultado imposible resistirme al embrujo de su música compleja y virtuosa.  Pero tampoco podemos olvidar que esas partituras tan pasionales como endiabladas, en las que oímos ecos de otras músicas transversales en el tiempo y de la música clásica europea, poseen mucha enjundia. El guitarrista rioplatense sigue abonado a las líneas estilísticas que lo definen y soy testigo de que su música te traspasa la piel, tango en silencio y polvo enamorado. Por otra parte la créativité et  la passion  del quinteto (cuatro argentinos y un francés) nos llevaron a desgranar el choclo de cada pieza para arrastrarnos a algún lugar desconocido dentro de nosotros mismos. Espectaculares el piano en femenino y el violín en precioso masculino, aunque todos ellos además de estar poseídos por la música, poseían al público.

Apuntar el placer añadido de escuchar al cantante Juan Coloma en su interpretación de Cycles, de su adorado Sinatra. Y como no podía ser de otra forma Horacio Icasto estuvo presente en el espíritu de los que no lo olvidan, en la figura de su hijo y en el Bandoneón, tesoro familiar, que la familia dona a sus amigos de Navia; cabe recordar que  las cenizas de Icasto están depositadas en el arenal de Barayo.

 Casi sin tiempo para digerir tan exquisita velada musical, y el encuentro con buenos amigos, llegó la segunda jornada donde todos los oyentes agudizamos los sentidos y generamos emociones en este lenguaje universal, mientras conducidos por la mano hábil de Sir Joaquín Achúcarro llegamos a fundirnos con la sonoridad física del universo subidos en su Steinway D274, de 2017.

De este bilbaíno, autoridad indiscutible en el panorama pianístico internacional que le exculpa de cualquier tipo de juicio crítico, solo nos queda añadir que es un músico por encima del bien y del mal, y conectado con la esencia de las grandes escuelas de su instrumento dio una lección de oficio, desplegó ternura en un teclado que le pertenece por derecho propio, y nos entregó su vida, su aliento y hasta su mano derecha, entre las notas.

Su música inundó El Fantasio de manera natural y sin artificios, como solo él sabe hacer; vestido de negro y sin corbata con su precioso pelo, que le infunde un aire juvenil,  supo introducir el concierto con brevedad y sin rigideces, con la ilusión del que ama lo que hace, con gestos de sencillez y emoción primeriza en salidas y saludos.

El virtuoso de Bilbao afloró virtudes y el tempo de su ejecución fue siempre amplio y coherente, aunque en ocasiones asomase cierto desmayo, pero el sabio manejo del pedal le ayudó a sostener el conjunto plenamente polifónico.

Y nosotros avezados narradores, que aran con palabras el bancal de los recuerdos, a los que colaboran para que Navia resuene con lo más excelso de la  música, les deseamos larga vida.

En este mundo de pan y circo; en un año de pérdidas y amores, pero sobre todo en estos momentos de miserias y misericordias, tenemos que dar gracias a los Amigos del Concierto por recordarnos que las emociones existen, que los conciertos elevan el espíritu a otra dimensión; que las melodías son el mejor lugar para refugiarse de las malaventuras de la vida; y estamos de acuerdo con Friedrich Nietzsche en que “Sin música, la vida sería un error”

Amigos del Concierto, gracias. Siempre gracias.

                                                                                    Ana García de Loza