Estamos acostumbrados a oír que lo único seguro en
el universo es el cambio y, mientras tanto, la vida sigue discurriendo con sus
mil historias y sus filigranas para mantenernos ocupados y colocarnos en
nuestro sitio, normalmente aquel sitio por el que peleamos.
Nuestro mundo se ha parado. |
Pero resulta que, en un
momento, nos hemos convertido en testigos presenciales de cómo este mundo
nuestro, de desayunos rápidos, relaciones virtuales y amores condicionales, se
ha parado.
De repente despertamos
un día y nos damos cuenta de que somos frágiles y no sabemos si esta guerra en
la que luchamos ha sido algo intencionado o negligencia de algunos; pero aquí
estamos, consternados porque nos han quitado los besos y los abrazos y además, acongojados,
porque tenemos miedo; miedo a no tener comida, miedo a que nos falte el aire,
miedo a la enfermedad y, en definitiva, miedo a la muerte.
Aislados, y en retiro
forzado, nos tropezamos con nuestra locura y con nuestros demonios y
necesitamos encontrar la manera de tolerarlos para descubrir, en algún momento
de esta cuarentena, que el silencio de la soledad es curativo para el alma. Y
para el aire de nuestros horizontes y para las aguas de nuestros amados canales.
He oído que el averno del miedo a la enfermedad es
el mismo que la obsesión por la salud y, pensamos tanto en nosotros que, olvidamos al prójimo y siempre
encontramos una excusa para salir a la calle; pero saltarse las normas, aparte
de ser un acto de bellacos e irresponsables, no soluciona nada.
Si a esto añadimos que pasamos la mayor parte del
tiempo conversando con nuestros amigos de litio para notar, ahora, que estamos
solos, entonces, nuestro susto aumenta.
Pero desde que el mundo se ha parado, el susto se
olvida cuando nos relacionamos de balcón a balcón; y miramos a nuestros vecinos
con otros ojos y aplaudimos juntos y nos acompañamos unos a otros. Además nuestra
vida social, otrora tan diversa, ha pasado a ser solo de balcón a balcón. Y aunque
descubrimos gente que a todo le
encuentra el lado negativo, mi parte de animal social se emociona al observar
el eco de esos aplausos lamiendo las luces de las farolas y creo que el mundo
seguirá siendo mundo cuando, entre todos, consigamos vencer al bicho.
Aun así, mientras estemos aquí, lo más
inteligente es ser generosos y pensar en los demás: No salgamos de casa porque
como dice mi amigo y gran escritor, Ramón Loureiro, los momentos más duros les
dicen a los demás quienes somos cada uno de nosotros.
El mundo seguirá siendo mundo cuando entre todos consigamos vencer al bicho. La foto de Josefina Velasco. |