Adoro esas múltiples
formas que permiten al mundo mágico encajar en nuestra vida cotidiana. Una de
esas formas podría ser una canción; y
además, yo creo en las leyendas; siempre he creído en las leyendas; por eso
ahora os voy a contar una.
La Flaca. |
Amanecía entre las nubes, y desde allí, observé como se dibujaban los perfiles de la ciudad.
Había llegado aquella misma mañana y paseaba por la Habana Vieja, en esa hora teñida de normalidad, demasiado humana y excesivamente carnal.
Los sonidos de una vida burbujeante lo envolvían todo y llegaban hasta el mismo centro de mi creación. ¿Qué dónde lo tendré? Lo ignoro, pero lo seguro, es que esta ciudad enerva mi espíritu y me hace sentir parte de un algo más grande.
Las mujeres, y sus irrelevantes
trajines, llevaban el ritmo en las caderas aunque los cubanitos de a pie
también comen, también van, y también vienen. Y yo, mientras esperaba, observaba
a la muchedumbre. Esperaba, pero no sabía qué.
Andaba arriba y abajo
como perro sin dueño; buscaba pausadamente y también imagino, que adornado por la concupiscencia de
mi sonrisa y envuelto en mi habitual transparencia,
tendría cara de tonto. No conseguía sacudirme la idea de ser un don nadie. ¡Puta sensación! Quiero que me miren
estas bellas damas; quiero sobre todo que me vean; qué noten mi presencia.- ¡Pero
si yo soy importante!-Me fustigaba.- Me llamo Pau y cruzaré el mundo cantando.-
Existían tantas fábulas alrededor de aquel Malecón que me revolvería con justo
encono si no fuese capaz de plasmar, aquí, alguno de mis sueños.
Y
ahora, mírenme, convertido en caballero del
reino de la fantasía. Siempre digo que, La Habana, es una ciudad donde
el amor habita en cada esquina. Quererse bajo lluvias torrenciales, en medio de
ciclones, bajo los truenos, las amenazas de guerra y las movilizaciones, es el
mejor arte de los isleños. Y, este amor, parece su salvavidas diario. El amor, esa
especie de fiebre de trasmisión genética que los posee, y contra la que nunca
van a pelear.
Para
ellos cada puesta de sol es una nueva invitación que inunda la ciudad de tintes
rojizos; es un despedirse sin querer; un alargar adrede la partida; como un
beso que se disfruta con complacencia. Y en esas andábamos, cuando entramos en
aquella mansión cuyo jardín, frente al mar, vaticinó nuevas sensaciones; cosas
diferentes. El club 1830 y aquel vergel Gaudiesco me robaron la poca cordura que me quedaba.
Lo cierto es que,
Jarabe de Palo, habíamos llegado a la
isla para inmortalizar nuestro Lado Oscuro y aquella noche en La Tasca tuvimos
una visión; Alsoris Guzmán.
Dice Fernando
Pessoa que “una puesta de sol es un
fenómeno intelectual”, y yo digo, que el sol no
dice adiós igual en todas partes. Ver al astro rey desaparecer en este
Malecón es un espectáculo único; pero tampoco a ella la podremos olvidar; tremendísima mulata. Los que la
hemos visto no la olvidaremos; a ella, nunca. La Flaca me arrastró a uno de los romances más intensos
que se puedan vivir.
Una diosa de ébano que me hipnotizó
y, la misma deidad, encumbró mi sueño. Cuando la noche la hizo inmortal,
Alsoris, se fue de mi lado y el sol se despidió lentamente; mientras tanto, las
sombras y los fantasmas de mi corazón comenzaron a salir y se adueñaron de la
ciudad.
Envuelta en un
vestido rojo: ¿Acaso habría sido una aparición? Al punto, la he necesitado. Una
noche tras otra trataba de adivinarla entre la multitud; miraba con ansiedad las
caras que se me ofrecían: guapas, feas, jóvenes, viejas, amadas o amantes; pero
nada. Yo seguía deseándola en cada rostro; buscándola en cada semblante: Por un
beso de la Flaca…
Me sigo llamando Pau,
pero la exultante verdad es que no solo
en la actualidad sino en todos los períodos de la historia, nos tropezamos con
la evidencia de que las
mejores obras, siempre sin excepción, poseen un tinte autobiográfico; por eso, después
de haberla amado, en uno de esos momentos en que la desazón me acogotaba, llegó
hasta mis dedos la inspiración para curar aquel sentimiento de corazón
descalabrado.Y escribí esta canción. La escribí con el mismo trato
preferencial que se le da a los amores con fecha de caducidad; con el mismo
trato que se les da a los amores imposibles. Es cierto que todo cuanto de mi salió
encontró su camino por amor, por placer o por justa cólera. Y en estos
pentagramas, que hilvanan con finos hilos las inquietudes que me corroen, mis
sentimientos han llegado con nitidez a su destino.
En la
vida conocí mujer igual a la Flaca ¡Oh, la Flaca! ¡Mi
Flaca! ¡Mi dulce Flaca!
Ana García de
Loza.