María la portuguesa y la clase social
Nadie elige el
lugar en el que le ha tocado nacer; pero si le proporcionan las armas adecuadas
puede cambiar el estatus. También supongo que todos, en un momento determinado,
hemos alardeado de conocer a tal o cual
personaje considerado importante por su dinero, por su carisma, por su fama, o por
su don de gentes.
Así queda claro, que
el nivel social en el que nos movemos marca de forma indeleble la vida, las
oportunidades, los amigos y nuestra forma de pasar por el mundo.
Pero andando los
años llega un momento en el cual echamos de menos y valoramos nuestros orígenes, porque es allí
donde está la semilla de todo lo bueno y lo menos bueno de la existencia
Si sabes quién
eres, donde estas, que te hiere, y lo que valoras; si conoces la realidad, no
esperarás de la gente nada que la gente no vaya a darte. Y sin embargo…lo
quieres.
¿Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas? |
¡Anda, no te pases, exagerado!, respondía su contertulia, levantando los ojos del periódico que estaba ojeando. Eres un poco machista, además de clasista. Las emociones no entienden de estatus, siguió. La clase social es el refugio de los idiotas.
Si, por supuesto, y
la disculpa de los bien hallados, rezongó sin más ganas de hablar, el hombre. Era
un personaje ligeramente chapado a la antigua pero de ideas claras y prácticas.
Sus ojos almendrados, su aspecto pulcro, sus comentarios insidiosos y todo su
ser, emanaban realidad con un punto de
desencanto; pero una realidad
escudriñada hasta sus últimos recovecos.
Esa seguridad de la
que hacía gala, la ofendía profundamente, pero no dejaba de pelear para salvaguardar sus opiniones, porque había comprobado que en ocasiones, aquellas
ideas de las que él era estandarte,
tenían finas grietas por donde se
escabullían sentimientos.
Vamos a ver, despierta,
si yo veo acercarse a una mujer como la que te describí antes, desaparezco
despavorido. ¿Por qué?, pregunto la chica interesándose realmente por
la conversación. Pero ¿tú en qué mundo
vives?, pues porque sí, continuó él locuaz, porque en mis genes está escrito
que con cierta gente…nada, no quiero nada.
¿Traducido,
significa? preguntó la gitana, cargada de encanto y buen hacer.
Que te olvides del
príncipe, no le interesas en absoluto. No eres de su clase social, ni el tipo
de persona con el que quiera nada.
Pero vamos hombre,
el dinero no es más que eso, metal, papel,… papel y nada, no somos tan diferentes.
Ni con un palo; no
te toca ni con un palo, insistió. Eres poco menos que una cenicienta sacando la
cabeza del hampa por un nivel cultural aceptable y por una cara mona, no adornarías ni uno de sus garajes, punto.
En ocasiones cuando
notaba que la realidad no era cómoda, se
aferraba a los sueños con sortilegio. Era algo
que resultaba Kármico. Como si
esa palabra definiera lo indefinible, lo puramente emocional, lo que surge no
sé sabe porque, y llega a no se sabe dónde.
Que asquerosito resultas.
Se reían abandonando el café, mientras el
último sol del invierno iluminaba con matices irisados aquella ciudad verde,
exquisita en sus formas y quizás un poco
salvaje en su sentir. Ya no abunda gente así.
¿Así cómo? ¿Cómo la
portuguesa? ¿O cómo el príncipe? Desengáñate corazón, nunca seremos todos
iguales, de cuerpo para afuera por lo menos. Respondió.
Menos mal que nos
queda el espíritu y el cielo para aunarnos. Ellos resultaban diferentes caras de la misma moneda, y aunque la realidad
es siempre la misma, cada uno la ve desde el lado que más familiar le resulte.
En todos los días
de su vida no había conocido, reflejado en el alma de una mujer de su
tiempo, a ningún príncipe al que hubiera entronado el dinero. Ni por supuesto a
ninguna gitana que se preciara, que no tuviera un alma sensible, digna de conquistar.
De no estar segura
de la primera eventualidad, no afirmaría la segunda. Es tan deliciosamente
complicado el corazón, que da igual cual sea su cuna y a que dedique sus horas, siempre tendrá una
esencia para seducir. Y ella a buen seguro encontraría a su príncipe entre los
gitanos.
Si algo me han
enseñado los años es que siempre caigo en los mismos errores, que no me gusta brindar con extraños; y si, adorar
a los mismos amores.
Además nunca olvido nada, solo bajo el volumen de los
recuerdos.
Espíritus hambrientos, existe en ti un algo misterioso, lo cual ni entiendo ni controlo. Gracias señorita Socorro, bonita foto. |