UNA HERMOSA LOCURA (XXII)

 

Hoy donde todo parece ser frágil e inmediato, rápido y sin alma, momentos como los vividos la otra noche en el Fantasio agudizan nuestra ilusión, nuestro entendimiento y la intensidad con la que vivimos la vida.

Y como decía Juan Coloma: sin dejar la razón de lado, por su forma de abrazar la música los unos, por virtuosos los otros, esa noche fue un tesoro.

Mientras que sentada en lugar de privilegio, gracias a ti, me empapo del talento de los artistas, de sus modos y maneras; desde esa primera fila las cosas tienen una realidad mágica llena de sudor y esfuerzo. Los observo preguntándome pero, ¿Qué magia miro?, ¿Qué sienten cuando ejecutan su arte?

El maestro Torrelledó, arranca su corazón
y se lo entrega al público.

El maestro Torrelledó es un músico polifacético que resultó muy didáctico. Ha dirigido la Filarmónica de Bucarest, la Sinfónica de Moscú amén de la Sinfónica de la Ópera de El Cairo entre otras y es capaz de leer la mente cuando afirma que la música evade a los músicos del mundanal ruido; además añadimos, la música eleva el espíritu los que saben escuchar.

Con gesto profundo y convincente, brilla exquisita la sensibilidad del cántabro. Sus manos saben acariciar el aire para cortarlo con contundencia, al instante siguiente; después se aferra al aura que le rodea y arranca su corazón (con esas mismas manos) entregándolo al nutrido y granado público. Acto seguido el director asienta sus emociones…y es entonces cuando volvemos a la realidad.

¡Vive Dios que la velada no tuvo desperdicio! Disfrutamos de un jazz con mucho swing pero en su interpretación de Joaquín Turina, La oración del torero, nos permitió notar como el diestro escucha, desde el miedo, los ruidos de la plaza; por si esto fuera poco, Jimena Eisele Farag, con su arpa y tan solo veinte añitos sobrecogió a todos los presentes en la sala.

Como colofón al periplo de verano, a los dos días justamente, de la mano de Martín García observamos como el arte se sale del momento, del cuerpo y del lugar. Es todo un genio en modos y maneras, amén de que ejecutó música pura y dura sin aderezos. Lánguido y artista; lánguido en ocasiones y artista siempre, nos dejó buen sabor de boca.

Insistimos en dar las gracias a la Fundación Reny Picot por asentar valores como la cultura musical, el esfuerzo y la gallardía, pero también le agradecemos que nos proporcione tardes brillantes en las que, como cada año, las notas traspasan paredes, cruzan la ría y llegan hasta Horacio Icasto que se siente orgulloso de sus consejeros en la tierra.

 

Horacio Icasto se siente orgulloso de la 
fundación Reny Picot.

PD: Según la tradición, San Timoteo sufrió el martirio en Éfeso, unos treinta años, por oponerse a la adoración de la diosa Diana. (He. 3:14). Pero no hay que preocuparse porque Timoteo vivió de forma extraordinaria.

                                                                Ana García de Loza

 

VALENTINA

Sabemos que nos hacemos mayores cuando tenemos más cosas en común con los muertos que con los vivos.
Allí el mundo es más sencillo


Podría escribir sentada en el muro de piedra delante de la antigua casa, mirando a Paxio y a Mieres, 
pero lo seguro es que escribo sobre la mujer, sobre sus ojos tiernos, unos ojos desorbitados por el dolor en alguno de sus últimos momentos, aunque se cerraron como ojos tiernos. 
Escribo sobre una sangre, la suya, que podía - sin embargo- ser de la realeza. Escribo con la alegría de haber vivido muchas horas con ella pero también con la tristeza de no volver a verla. 

Como sé a ciencia cierta que, casi todos vosotros, habéis sentido la diferencia de respirar en El Carboneru no debo de esforzarme mucho en explicar que allí las cosas se ven de una forma más fácil y equilibrada. Respirando en este lugar y hablando con Valentina todo se pone en su sitio y lo importante es vivir, como buena gente, pero vivir al fin y al cabo, porque lo demás son tanto lujos como exageraciones. 

Lo valioso es asomarse a la ventana de la cocina para observar como la luz se esconde detrás del picu Polio y baja a hurtadillas desde casa de Gina por el Praucu, donde en otro tiempo ella tendía con pinzas de madera mientras me contaba como la ropa de su nieta se planchaba siempre. En la misma cuerda colgaba los bombachos de Lito, aquellos pantalones de mahón que tenían chaqueta a juego y un pañuelón de cuadros azulones, para luego pasarle, a todo, las planchas de hierro que esperaban calentándose encima de la chapa de la cocina de carbón. 
 Al pie de esa misma cocina la recordamos, con un mandilón oscuro, mientras cualquiera sabroso manjar con nombre clásico: dígase jabalí con patatinas, la sopa que tanto gustaba a Lito, la carne guisada o las fabas, se cocinaban a fuego lento con tiempo y cariño. 

Una vez hechas las tareas y sentada en su silla de patas cortas, al lado de la televisión, la mente se nos puebla con mil historias que iba contando, leyendas, asombros, episodios singulares, muertes prematuras, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados y un incansable rumor de memorias y actualidades narradas por ella y que nos mantenían en un entresueño, un duermevela extraño, balanceándonos sobre esa fina línea que separa la realidad del recuerdo. 

 Si volvemos treinta años atrás, la recuerdo con un bebé en brazos y recostada sobre el cuarterón de abajo de la puerta de la calle, por algún motivo que desconocemos empezó a resbalar, el camino hacia el suelo fue lento y los que mirábamos quedamos pasmados porque en ningún momento soltó al bebé que vivió la caída como algo divertido. Y si la vida de una persona se resume en una palabra la de Valentina sería: generosidad. 

 Seguirá rondando alrededor de aquella casa, que era de Nieves, y seguirá fijándose en si te pones los pendientes cuando vas al Carboneru. Me hablará con esa voz aguda tan peculiar y me contará, como cada vez, historias de mi padre y mi madre para dar fe de que nadie muere mientras alguien lo recuerde. 

 He oído por ahí que lo que alguna vez quisimos nunca morirá y que el valor de las personas no está en lo que tienen si no en lo que dan. Por eso estamos de acuerdo con Fernando Pessoa cuando dice: existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables. 


 Adiós, Valentina, siempre estarás en nuestros corazones. 

                                                                                                Ana García de Loza
Existen personas incomparables: Lito y Valentina
los de El Carboneru.

LA CASA DEL PARRAL

 

Cuenta la leyenda que la ciudad fue fundada por Hércules egipcio, en los mil setenta y seis AC, y por ello una estatua suya en piedra muy dura, llamada cárdena por su color, aposenta en la iglesia de Santo Domingo el Real. Y vive Dios: si faltara la autoridad de los eruditos y la  tradición de las edades, bastaría esta estatua de Hércules para afirmar que Segovia fue fundada por este egipcio, y esto es tan cierto como asegurar que las mujeres Fernández (el tío Paco, un elemento estabilizador) son parte de una saga especial porque relumbran en la mística de la ciudad y permanecen intactas a lo largo de una historia, la nuestra.

Parte de los integrantes de la Casa del Parral.

Es el Parral un rincón del universo donde por suerte campean los recuerdos y, yo, todavía embrujada por el espíritu de la ciudad, tengo que confesaros que ayer fue un día mágico. Imbuida por la solemnidad de las calles, por la luz que emite destellos de fantasía en estas nobles piedras y embrujada por el contraste de un cielo tan lejano contra un acueducto tan presente, he sido consciente de que el tiempo no existe, es tan solo una sensación.

Además, salvando todas las barreras rituales que nos separan a los unos de los otros, en aquel momento y allí presentes se hallaban todas las componendas de la familia. Estaban los abuelos que venían a saludarnos, de hecho el coche del abuelo Pepe (el señor comandante de artillería) pasó delante de nosotros como si de una señal se tratase, y la abuela Luisa Fuencisla, una de las mujeres que mejor nos han ilustrado, también imprimía el aire con una paz que se siente en la piel y no es fácil de describir. Mencionar a la tía Angelines (que seguro no se perdió el evento) y a la tía Teresa que también honró, desde este lado del río Estigia y sin conocer a Caronte, la marcha de su hermana.

Esta raza de mujeres castizas ha imprimido una huella indeleble en nuestras vidas por el amor incondicional a los suyos, por su ejemplo y alguna coplilla, por los saberes populares, sus muchas sentencias pero sobre todo por sus decires: “Toman el chocolate de espaldas” (donde yo imaginaba un sillón, tú y yo, de enamorados), o “A lo más oscuro amanece Dios”, o la de ”Parió el rey y se cree que es para ella la cría” cuando alguien se creía más  importante de la cuenta; amén de otro más rimbombante que rezaba “De puta a puta, taconazo” cuando dos personas se peleaban con el mismo ímpetu.

Así que en aquella larga mesa, ocupada por castellanos personajes y de la mano de su marido (Antonio Matesanz, para más señas) tenía su momento la tía Francisca que nos acababa de dejar pero seguía presente con sus bromas, sus chascarrillos y sus miles de anécdotas, haciendo de aquel encuentro triste algo tierno e inolvidable.

Todos estábamos allí y en ningún otro sitio.

Fue reconfortante dar besos, recibir abrazos, sentir que a pesar de todo, la familia te identifica, que la sangre une y que la vida marca. Resultó sublime volver los ojos al cielo desde el barrio de San Marcos y encontrarse con el Alcázar; recorrer aquella alameda de la Fuencisla y verla allí, Su Serenísima a la que siempre damos gracias.

Segovia es única e irrepetible por cada una de sus piedras, por cada minuto, por cada alma, por cada recuerdo, por cada uno de esos espíritus queridos sugiriéndonos que es momento de vivir sin prisa, de disfrutar las pequeñas cosas, de llorar poco y confiar más porque, La casa del Parral, ha imprimido carácter en todos los que de una u otra forma la han conocido y todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos, además nosotros como Dostoievski, creemos en la vida eterna.

 

 

                                                       Ana García de Loza, en Segovia, a marzo de 2024.


Segovia es única e irrepetible por cada una de sus piedras,
por cada minuto, por cada alma y por cada recuerdo.