Tiendo a creer con la experiencia que me dan los años que la emotividad, la sensibilidad y la naturalidad ya no son arenas movedizas en las que yo me revuelque fácilmente.
Luis se despide de Snoopy de su corazón. |
Y sin embargo la noticia que, el otro día de
madrugada, llegó a mí de la mano de una mujer francesa, la cual dibujó un espacio
tierno y empoderó la existencia de un ser vivo al que he querido con ternura,
insisto, esa misiva volvió a sumergir mi corazón en las arenas movedizas de las
que creí haberme librado.
Snoopy se había muerto rodeado de la paz del pueblo
por el que deambuló durante los últimos siete años y a la sombra del cariño, el
respeto y los cuidados que su familia le prodigó.
Os voy a contar una historia: Hace catorce años, no
sé quién eligió a quién, aterrizó en la casa pegada a la mía durante lo más crudo
del invierno un precioso cachorro de
Beagle clarito procedente de Badajoz y con un pedigrí digno de pertenecer a la
cuadrilla de la reina de Inglaterra. Las noches que helaba le poníamos, en la
caseta, cartones que recopilábamos en los sitios más variopintos para que la xelada no atravesase, desde el suelo, su
piel acostumbrada a las bonanzas de otro escenario más cálido del que procedía,
una casa amueblada al más puro estilo colonial de la que tuvo que salir porque
su espíritu de Beagle inquieto destrozaba con sus enredos todo lo que pillaba.
Como el perro era un
fortachón, brutote y desaliñado, aunque amoroso, ninguna de las mujeres que lo
rodeaba podía ni debía pasearlo, porque aquellos paseos siempre acababan con las
damas descalabradas. Así las cosas, y por esos avatares del destino, la tarea
del paseo recayó sobre mi persona que cada miércoles de los siguientes siete
años, de forma puntual e impecable, corría detrás del perro que me arrastraba
tirando de la correa.
Hube de cambiar las pretinas rotas miles de veces y
hube de correr, detrás del amado amigo, por
toda La Fresneda como alma que lleva el diablo en una carrera que para mí
era loca y para Snoopy una diversión.
Menudos ratos me daba, que sobresaltos y que listo
andaba para escabullirse; y como corría cuando me veía detrás. Si yo,
asfixiada, paraba, él paraba; si yo corría detrás, él corría más. Creo que
pensaba que era un juego en el que los dos llegábamos a la meta muertos de
cansancio pero contentos, yo sentada en el bordillo de cualquier calle jadeando
tanto como él que, sentado sobre sus patas traseras, me miraba con dulzura
diciendo: –Vaya carrerón el de hoy ¿eh?
Sus ojos serenos y su mirada límpida siempre fueron
el mejor salvoconducto para el perdón y, puestos a recordar, recuerdo que el
gol de Iniesta en el mundial de Sudáfrica, en julio de 2010, lo viví sola con
Snoopy en el cenador de su casa. Yo lo
abrazaba y voceaba contenta en tanto él daba el rabo con alegría a la vez que
desde todos los jardines de la urbanización se celebraba el triunfo de España.
Así que podemos decir
que Snoopy ha marcado con su vida a tres familias diferentes y a muchos
ciudadanos de a pie que lo han querido. Entonces, y a la vista de las
circunstancias, se me ha planteado una pregunta que aunque no lo creáis
necesita una respuesta todo lo convincente que sea posible: – ¿Los perros
tienen alma?
Pues bien, en la biblia
se consideraba que los perros no tenían alma, pero últimamente ha cambiado su
postura y la religión cristiana considera que todos los seres vivos tienen un
soplo de Dios; a su vez el islam está de acuerdo con la biblia y también el
judaísmo aunque el budismo no lo cree así.
Por otra parte algunos
filósofos de la Antigua Grecia como Heráclito y Tales de Mileto defendían que
toda materia con animación propia tiene alma; igualmente lo consideraban Platón
y Aristóteles cuyas ideas son un buen aval para mis inquietudes. Amén de que
los canidos, esto lo afirmo rotundamente, incluido el dingo, disfrutan y toleran
la tristeza y el amor.
Además Snoopy era un perro de todos y a todos los que ayudaron a encontrarle un
nuevo hogar cuando la ocasión lo requirió, va por ti Nieves Carrillo Baz, les
estaré eternamente agradecida. Gracias a mi hija, Carla, y a mi marido por quererlo
tanto; y también a mi querido alumno Álvaro Merayo que, cuando el perro ya me
había destrozado la espalda, pilotó aquel carro de combate por el parque. Tan
agradecida como a su última familia que lo trató como a un rey, me refiero a
Verónica Picazo, Luis y Manuel que hicieron de Cuturrasu (Langreo) su hogar.
El cielo húmedo, y
aquella mañana, tenía olor a nubes y a hierba mojada pero la muerte se llevó al
perro en tiempo y forma nunca deseados. Aun así, él, nos ha dejado días tan
emocionantes, días tan llenos de historias, días tan sencillos y días con tanta importancia que en mi cabeza, un poco
aturdida, se mezclaban los sucesos en una cantinela con fondo de lluvia. Todo la jornada había trascurrido
como en un sueño.
Estaba un poco ansiosa,
y al mismo tiempo, entiendo que es idiota estarlo; las casas que habitó el
perro parecen silenciosas y dormidas y en este momento, esencial para el
relato, entiendo que mi sentimiento se impone en el tempo de la escritura. Son
sacudidas, enamoramientos y el dolor que me unen a vosotros y que se ofrecen
con una vaguedad inasible.
La cara de nuestro
perrito es una imagen de mil hojas que se dibuja en el aire y tal vez por ello aparezcan nuevos matices en
cada lectura.
Snoopy de mi corazón, no somos más que el tiempo que nos queda, pero lo mejor es no pensarlo mucho, quererte igual, recordarte siempre, seguir andando, tomar cafés, y volver a encontrarte en algún momento.
Ana
García de Loza
Los que siempre queremos a Snoopy, de mi corazón, lo reconocemos en estos ojos. |