Así
que el artista decidió no dar mayor importancia a las palabras del recepcionista y cada mañana manejaba con
ligereza aquellos pinceles capaces de transformar sus inquietudes,
de niño
extraño, en retratos singulares y exclusivos. Sin embargo no dejaba de pensar
en la chica rubia a la que creyó ver, otra vez más, cuando ella lo observaba desde la galería de la primera
planta. Pero también es cierto que a pesar de disfrutar de aquel remozado
edificio del actual Hotel de la Reconquista, siempre imaginaba como sería el
lugar en sus orígenes cuando era un hospicio. Veía monjas educando a niños, tan
pobres como desamparados que convivían dentro de los muros del orfanato y
conocían todos sus escondrijos, sus cuartos oscuros y sus galerías. Los chicos
sabían lo que era besar el suelo y que los castigasen mirando a la pared. Así
que no iba a dar más vueltas a la cabeza.
Así nacen las leyendas. |
Y
como el tiempo es lo que más rápido corre, la exposición llegó a su fin,
momento en el cual se organizaba una reunión social, punto de encuentro de
algunos pintores amigos, amén de un puñado de intelectuales de la ciudad de la
Regenta. De entre el grupo de gente salió un hombre mayor que se acercó a él y
le dijo sin preámbulos –Es usted un artista y necesito su ayuda.
–
¿En qué puedo ayudarlo? –continuó con afabilidad.
–
Necesito que pinte a mi hija –Había ansia contenida en su voz y por eso el
pintor le pidió una fotografía, pero el anciano no la tenía así que, impactado
por su mirada triste, le sugirió que se la describiese; sabía que la tarea
resultaría difícil.
Después
de varios bocetos, ante los que la cara del hombre iba de decepción en
decepción, el artista le rogó algún detalle más significativo, y el padre dijo que tenía los ojos de un color
azulísimo, casi trasparente. El experto dibujante volvió a quedar sobrecogido y
recordó a la chica del banco de madera.
Con cuatro trazos precisos la dibujó y el padre resplandeció de alegría
mientras le contaba que habían tenido que dejarla en el hospicio de Oviedo,
donde había muerto esperando su visita; y en ese momento todo encajó.
La
chica del hospicio no creía en las casualidades y había buscado al pintor para
que la uniera con su padre. Otra vez más sus pinceles cumplían una última
voluntad y unían dos mundos que interaccionan en más ocasiones de las que
pensamos. La chica del hospicio reafirma la idea de Dickens de que el amor es
más poderoso que la muerte y creo firmemente que el recuerdo de las personas es
la marca que cada uno deja en el seno del infinito.
El amor es más poderoso que la muerte. |
Ana García de Loza