Corría el año dos mil dieciséis y decidimos escucharlo en San Sebastián. Puro
motor de besos y lágrimas nos dejó plantadas
pero sin mala intención. Solo su resfriado nos privó de convertirlo en real, incluso en un ser
tangible; y regresamos con la sensación
de que desaparecería del mundanal ruido sin darnos otra oportunidad. Pero ahí
seguía, llenando la vida cotidiana, tan prosaica y
Pero ahí seguía, llenando la vida cotidiana de la magia prendida de su música.Foto de MACARENA VILLAMIL. |
Y si hablamos de esencia, entiendo que hay
formas diferentes de ver las cosas, y a veces me pregunto si el Universo estará
lleno de muertos o si por el contrario estará repleto de almas que nunca
mueren. Y es que no hace mucho he leído un artículo, de cuestionable calidad
científica, donde un par de estudiosos trataban de demostrar la existencia de esa
alma. A la sazón, me sigo preguntando, quien será capaz de refrendarlo teniendo
como colchón la física cuántica, que por
otro lado siempre está metida en berenjenales con un punto esotérico. Bueno, os
adelanto que yo tengo alma, con esa idea vivo al menos; y creo que Sheldon
Cooper también la tiene, y aunque no necesito demostraciones, me satisface
pensar que sea demostrable.
Pero el tiempo sigue corriendo mientras
yo aprecio, in situ, que Venecia está hecha de sueños y el uno de
octubre de dos mil dieciocho, él, muere, y
confirma que para vivir eternamente hay que morir primero. Y sigo insistiendo en que: no solo
cuando la nada me devora te escucho, querido Shahnourh, porque pasarán
los años y tú no serás solo un sepulcro olvidado, lleno de sueños olvidados de olvidadas
gentes; sino que regalarás al mundo tu presencia.
Y entonces, hace dos años, quiso el
destino que yo descubriera La Rochelle, y si estando allí me gustó, al alejarme, me atrapó.
Su puerto, sus torres, el aire que susurraba historias; las historias que me
contaron y, sobre todo, las historias que pude imaginar, fueron un boleto para
volver. Pero eso no es todo; tengo que
deciros queridos lectores, que, también, encontré Saint Suliac; mi paraíso
particular en la Bretaña francesa; y esto viene a cuento porque en ambos
escenarios la música que sonaba de fondo era de Charles. No recuerdo si sonaba
en alguna radio o solo en mi cabeza. Y si me preguntáis si fue casualidad, debo
de deciros que no lo sé; y si me volvéis a preguntar, sigo sin saberlo.
Lo cierto en todo este lío con Charles
es que de diez canciones, que lo son, escucho dos. Siempre las mismas. Esas
dos; una y otra vez. Rara vez, quién, silenciosamente. Algunas personas de mi
entorno familiar mencionan mi peculiar forma de percibir la vida, pero por más que
pienso en ello, no le veo la rareza.
PD: Y a ti, querida inspiración, hay
veces que tampoco te entiendo. Ni entiendo lo que dices, ni mucho menos entiendo,
lo que te callas.
Ni entiendo lo que dices, ni mucho menos entiendo, lo que te callas. |
ANA GARCÍA DE LOZA