Un turrón Diego Verdú de la calle Cimadevilla, siete. Un
retrato pintado por Ghirlandaio colgado
en la pared. Una copa de cristal de bohemia en el mueble de la abuela. Esta
eclosión de belleza en el corazón mismo de las pasiones fugaces ¿no es acaso a
lo que todos aspiramos? Le digo a Muriel
que sí.
Si supieras el espacio
vacío que has dejado y que no encuentra la manera de llenarlo. Si supieras que ella está perdida y que te sigue recordando igual que
siempre. Esa mente resulta, todavía, un
desierto infinito, y tu ausencia la vigila y la hiere. Miraba arriba y abajo, las hojas quebradizas
se amontonaban junto al seto, barridas
por el viento y volaban rozando el suelo de la calle vacía, pero ella ya no se
acordaba de lo que sentía cuando veía tu
cara. Nubes grises pasaban amenazadoras;
¿tus ojos eran azules o verdes? Sólo recordaba que hacía frío y le inspirabas el mundo con esa tu indiferencia sofisticada. Ya ni
sabía adónde habrían ido a parar aquellas emociones.
Las ráfagas de prepotencia
angostaban tu luz y se preguntaba qué si las personas tienen más cosas en común
que diferencias, entonces por qué no podía entender cómo, si tú tenías razón,
ella, tampoco se equivocaba.
Parece que con la ayuda de los valores de vida,
estás seguro de la verdad de todos tus sentimientos, a los que
prestas absoluta creencia sin sentirte nunca turbado por la más mínima duda
¿Nada? ¿No tienes ninguna en absoluto? ¿La república de sus letras no ha enganchado en ningún punto de tu
persona? ¿Los sentimientos, que ella dibuja en papel, son tan prosaicos, corrientes y habituales como los que te profesan
otras personas? Desde luego, eres un
hombre afortunado.
Y como te iba diciendo,
una vez que te has marchado, dueño de toda tu voluntad, ella emprendió el compromiso
y la intrépida tarea de olvidar tu cara. Cuando parecía llegar al final del
camino, una fuerza impía la arrastraba y la hacía prisionera de sus propias
sutilezas. A base de darles vueltas, llegó a conclusiones, que no solo era
incapaz de rebatir, sino que además iban en contra de sus principios.
Definitivamente estaba desatinada en esta historia.
Pues así seguimos algunos
de los desterrados hijos de Eva, pasando
ratos con sentimientos de una sola dirección. No obstante, la primera vez que
te vio había percibido que el poder y el
impulso de tu persona serían indómitos y difíciles de llevar. En definitiva somos aquello en lo que nos
convertimos, aunque no nos reconozcamos. Y ella se había convertido en algo
patético, siempre esperándote.
Estas tonterías llevan
malamente a cosas serias. Y si arrepentida se hubiera desdicho de lo que escribió
enfadada, le hubiese reportado amargas consecuencias. Las mismas que no
habiéndose arrepentido; o sea, tu indiferencia. Siempre se debe de poner cuidado
en nuestras palabras por si en alguna ocasión nos las tenemos que tragar.
Te habías esfumado como si
nunca hubieras existido, y entonces aquel silencio de emociones reverberaba
como algo con vida propia.
Pero antes de irte, juega
otro poco a este juego de estar y no estar; de ver y no ser visto. O lloremos juntos cantando el, tómate otra botella
conmigo, en el último trago nos vamos.
Ya percibía a que sabía tu olvido, sin poner los ojos en tus
manos pero esta vez no iba a rogarte,
esta vez te irías de veras. Ella creía vivir algo tan peculiar como
un tesoro, y a ti te sobraban los cuentos de princesas.
Que difícil tener que olvidarte, sin sentir que ya no te
quiera. La verdad, hueles a delicia engañosa
como la religión, levantando
civilizaciones para luego destruirlas.
Nada le habían enseñado los años,
siempre caía en los mismos errores; otra vez a brindar con extraños y a suspirar
por los mismos amores.
La manifestación de la
belleza en el corazón mismo de las pasiones momentáneas ¿no es esto lo que
nosotros, las civilizaciones occidentales, no sabemos alcanzar? Insisto y le
digo a Muriel, que sí.
Cuidado con lo que deseas,
algún día podrías conseguirlo.
"Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo" Pablo Neruda. |