Ha llegado el
verano cargado de situaciones, algunas conocidas, otras distintas pero todas
bañadas de luz. Esa luz que da a la existencia el saber que probablemente veré
su cara. Si supieras, Isabel, que desierto infinito es mi mente. Si supieras
que el silencio me vigila y me hiere. Nadie
podría creer que no hay un alma tras esos ojos iluminados y abrigaré, ad infinitum, la idea de que
nuestra realidad no está definida de modo exclusivo por los cinco sentidos.
Sí, soy pertinaz, de ideas fijas y obsesión fácil y
no, no tengo posibles de hacer parar esta imaginación. Debemos de
acostumbrarnos a mirar el mundo de un modo distinto y me gusta detenerme a
escuchar a los que ya están muertos. Escucho atentamente y les oigo susurrar su
legado, haz caso de tu corazón, él no te engaña, me dicen, deja empapar tu alma
de buenas sensaciones porque llevas algo de gran valor dentro de ti.
Nunca olvidaré estos
momentos, pienso, después de elegir las
palabras exactas para vestir de gala mis mejores ideas. Reír, nadar, compartir
familia, disfrutar, sentir como pasa la vida tan callando, cerrar los ojos para
soñar; abrirlos y seguir en el mismo excitante sueño. Esa es la esencia del
verano. Y realmente, No, nunca olvidaré estos momentos.
La Virgen de Villaoril bendita nos alumbre, es una letanía que hemos oído relatar a todas las mujeres de la familia. |
Puedo describir
exhaustivamente este lugar, pero me
temo que ninguna descripción logrará trasmitir la extraña atracción que ejerce
sobre mí.
En cuanto la puerta
se abrió fui catapultada a través del umbral hacia toda mi vida. Era la casa de
mi madre. Seguía teniendo el mismo olor. A la derecha, encima del taquillón
comprado en Mieres, un espejo oval con marco niquelado. El reloj estaba en el
sitio habitual sobre el tapete de calados encima del mueble, mi padre lo había
traído de Portugal. Aún ahora y lejos, oigo su sonido tocando los cuartos, las
medias, los menos cuarto, y aquel modo sereno e insistente de marcar las horas,
el cual nos empapaba en la prometedora sensación de que el tiempo no se iba
acabar nunca.
Dejé que mi mente
vagara. Pensé en la última vez que ellos, primero él, y años más tarde ella,
habían estado en aquel salón. El día que supieron, no se sabe cómo, que su vida
de plenas facultades mentales había tocado a su fin, que se irían de allí y
jamás regresarían.
Imágenes surgidas
con una claridad que me dejan pasmada, con tanta nitidez como si el tiempo no
hubiera trascurrido. El pasado lejano está claro y nítido. Últimamente los
fantasmas de aquella época me visitan a menudo y me asombra descubrir que no me
preocupan demasiado. Al menos no tanto como suponía.
En efecto, los
espectros a los que siempre he tenido miedo se han convertido casi en un
consuelo, algo que me enraíza con este aire, con esta tierra y con estas
paredes. Había olvidado, o eso creía, que en medio de la oscuridad quedan
recuerdos brillantes. Siento paz, algo que no había experimentado desde hacía
tiempo.
La casa es pequeña,
rectangular y vibrante, llena de vidas y de espíritus familiares. La impresión
es asombrosa. Como en las viejas historias parece haber caído sobre ella un
hechizo que la ha mantenido dormida e intacta, desde el principio de los
tiempos. La atmósfera ancestral, húmeda y consolidada flota sobre los muebles
de la vivienda.
Anita está allí,
dando candidez con su presencia a la vida normal. Tiene la actitud de una eterna
niña buena e ingenua; inamovible en sus ideas y fiel en sus principios. Quiero
creer que tal vez nunca muera, simplemente continuará viviendo hasta que un día
cuando el viento sople del sur, se funda en parte de esta casa.
A menudo me
encuentro preguntándome acerca de lo
efímero de la existencia; algún día la gente habrá olvidado todo lo sucedido
hace cincuenta años, incluso olvidarán lo que sucede ahora mismo. Es más, se
olvidarán de ti y también de mí, tal vez
esto ocurrirá dentro de cien años, pero finalmente los hechos se
desvanecerán, formarán parte del pasado. En la imaginación de las siguientes
generaciones todo será reemplazado por lo que aún está por venir. Entonces ella
me mira y contengo el aliento. Me mira sin ver, como si buscara algo, tal vez
la respuesta a una pregunta que flota en el aire y que yo no sé responder. Y aunque muchos
años después de la creación la paz sea inasequible en el Reino de los Cielos,
mientras exista gente como Anita, merecerá la pena transitar por este
maravilloso lugar llamado mundo, porque aquí, incluso un reloj estropeado marca
hora buena dos veces al día.
La más bonita del mundo eres tú. La más auténtica de todas tú. Si tu me abrazas no existe el dolor. Tus ojos serenos son una bendición. |