LECCIÓN DE AMOR


No lo digo yo, ni te lo digo a ti.


¡Que primitivos somos los humanos mortales!
Todo el mundo te quiere por el interés. A  ti, a mí, al otro y a todos. 
Lo único que varía y nos hace diferentes, a unos de los otros, es el tipo de intereses que nos mueven y además, según ese tipo de intereses, se nos cataloga de románticos sinónimo de egoístas con las emociones, o de materialistas, parejo de egoístas con el peculio.



De alguna manera nos sentimos ofendidos si alguien nos considera aprovechados y en el fondo vemos que el egoísmo es la moneda de cambio en nuestras relaciones. Pocas se libran del tú me das entonces yo te doy  o del, en palabras de un amigo, como me tratas así te trataré.
Hemos descubierto con la experiencia que dan los años y las relaciones de todo tipo,  con padres, hermanos, primos, amigos y enemigos que el sentido auténtico  del amor, en cualquier faceta, es la generosidad aunque ser generosos no siempre es lo más cómodo ni lo más fácil.

Podrías querer a alguien, trasmitirle buenas impresiones a través del aire, buenos deseos, buen sentimiento; hasta puede que ese alguien apenas te conozca y aunque te escuece ese claro silencio por respuesta, por favor, escucha, una sola conversación normal para poder ubicarte en el mundo de los vivos ya la he tenido, pero solo ha revuelto mi cabezota, así que dame otra prueba de vida.
Da igual que creas que estás por encima de los humanos de a pie, relájate un poco y dame palabras, dame plática de vez en cuando y así mi ego convertirá esa fortuna en un siglo de ternura. No quiero buscar otra fuente de inspiración ya te tengo a ti. Sé generoso y es posible que con el tiempo te premie con el olvido.

Volviendo a lo nuestro, me importa bastante poco que seas hetero, que no lo seas; que vayas o que vengas; que tengas hijos o que no; que seas rico, que seas pobre; que seas seguro de ti o que no; que corras o sencillamente que camines, todo ello me da igual porque  creo que si consiguiera hilvanar contigo una conversación circunspecta de vez en cuando, me quedaría libre de esta ofuscación, la cual lejos de atormentarme me da vidilla, pero aun así no deja de ser una obsesión.
¿Tan difícil resulta hacerle un favor tan pueril a alguien intrascendente en tu vida? Seguro que tu habilidad para urdir argumentos está por encima de todo esto. Debes de saber que jamás he pedido  tu  número a nadie y sin embargo llegó a mí  sin más, como también llegó tu email, ¿por qué? No lo sé, pero ahí están, copiados ambos con lápiz en un papel y sumergidos entre el maremágnum de notas  que siempre me rodean en el despacho.
Entonces cuando el ansia me puede y te envío alguna observación  tengo que buscar el folio con el  teléfono y meterlo en la lista de contactos  para acto seguido eliminarlo porque  no lo quiero,  para nada lo quiero,  y es que los años nos dan paciencia y cuanto menos tiempo nos queda mejor se nos da esperar.

De qué manera te olvido, si te veo en cualquier gente. Ya  no sé cómo  arreglarlo, ni de qué forma ignorarte y  en cuanto te escucho o sé que vives, mis buenos  propósitos se desvanecen.
Resulta tan patético  pensar que me hablas entre líneas como pretender sustituir con mi inteligencia la falta de pedigrí  pero ambas cosas son ciertas y aunque esta tarde alguien, que mostraba sus inquietudes a borbotones, decía que había pasado página pero había dejado la esquina doblada, yo  te digo que sigo en la misma página y van pasando los días, van pasando las semanas y yo te espero en la playa. Nunca me iré de esta playa.

 
¡Anda  quéééé…..!
¡Por una sonrisa, un cielo...!Gustavo Adolfo