DÉJAME QUE TE CUENTE

Resulta interesante leer lo que pensaba una jovencita de veinte años a principios de la década de los ochenta, porque los jóvenes de cada generación son los memorables creadores de imperios de sentimientos y emociones, además, tienden a ser siempre los mismos románticos y excéntricos cuya apertura a lo irracional  -las emociones, el misticismo, el éxtasis- los convierte en unos inadaptados en sus propias sociedades.



Todavía tengo veinte años.
1983. Todavía  tengo veinte años, mi pelo es rojizo y mi cara está cubierta de pecas, muchas pecas. Soy deportista de competición y me siento atleta hasta en lo más profundo de mi espíritu. Dice mi entrenador que los atletas tenemos amigos en todo el mundo y aunque yo tengo pocos amigos estos son buenos, pero conozco a mucha gente; me gusta la gente.

Estudio lo justo para aprobar porque solo voy a la facultad cuando acabo el entrenamiento y tengo claro que la única herencia que me van a dejar mis padres va a ser una buena formación, eso sí, me han enseñado a ser buena gente y a ser agradecida. Procuro no hacer a nadie lo que no quiero que me hagan a mí, pero a veces me cuesta.

Estoy segura de que la energía de la pasión mueve el mundo, pasión por lo que sea, por el arte, por la danza, por el amor, por el deporte, por los libros. Hace un par de años dudé entre dedicar mi vida a la literatura o al deporte y de momento me he decidido por correr.

Tengo buena afinidad con los que me rodean y a pesar de no ser excesivamente guapa, soy resultona (eso dice mi amiga) además de muy coqueta, y siempre tengo algún pretendiente que, dicho sea de paso, no me suele interesar mucho pero me halaga. A día de hoy un chico que no haga atletismo, que corra como un pato o que no sea bueno sobre el tartán, no me interesa, es decir, ni lo veo.

Viene a cuento decir que mi padre me educó como a un chico de la época y solo me exigía estudiar, viajar y hacer deporte. Creo que ya os he dicho que soy amiga de mis amigos y procuro no fallarles nunca, será por eso que tengo pocos. Parece que me gusta ser el centro de atención de algunas reuniones y admiro la inteligencia. Soy simpática pero a veces demasiado trasparente, otras veces soy capaz de callarme a tiempo. Reboso generosidad en las cosas materiales (eso es cosa de mi madre) y le concedo poca importancia al dinero, por el contrario soy muy posesiva con las emociones. No me gusta estar donde no se me aprecia e intento ser tolerante con los débiles. Defiendo a los que son injustamente tratados en mi presencia, sin embargo en otras ocasiones me callo o soy yo la injusta.

Adoro a los perros y aunque soy Antoñita la fantástica cuando tengo que poner los pies en el suelo resuelvo problemas y soy eficaz buscando soluciones. También dice mi padre que mi independencia, en los tiempos que corren, pasará siempre por tener independencia económica, así que peleo por las cosas que quiero y soy consciente de que me tendré que buscar la vida  pero nunca negociaré mi libertad con nadie, mi vida es mía.

Hace un par de años me enamoré de forma platónica (soy muy sensible al amor y a la fama) de un personaje popular y hace pocas horas el escenario cambió  por eso creo que es buen momento para trascribir íntegramente lo que como joven enamorada garabateé en una libreta con el objetivo de deshacerme de mi angustia amorosa.

Febrero de 1983: Quiero vivir, que no me ate el futuro ni las conveniencias, ni la asquerosa moral de la decrepita sociedad porque mi conciencia es la mejor moral. Quiero sentirme segura, respirar libertad, dedicarle mi vida al cielo, al infinito y a las estrellas, a la locura y también lo quiero a él, por nada que yo sepa, es lo contrario a lo que me gusta en muchas cosas y sin embargo tiene un toque que me envuelve, me obnubila la mente y me magnetiza.

Parece que ella nunca había mostrado ningún interés por las cuestiones ideológicas, aunque como estudiante se alejaba del conservadurismo y aunque se sentía algo insegura en un entorno altamente politizado se hallaba como pez en el agua en un entorno altamente intelectualizado.

Y hasta aquí podemos contarte hoy. No está claro si nos interesará el camino de aquella jovencita de los ochenta pero si que tenemos claro que la vida es una rueda con historias que se repiten y se repiten, y de pronto siendo todas iguales, todas son diferentes.

Adoro a los perros y admiro la inteligencia.


                                                                           ANA GARCÍA DE LOZA