TRAMPANTOJO


Veo a través de la ventana más alta de la casa, el  monte Naranco; siempre la misma ventana y siempre el mismo lugar, aunque si cambio de ventana, veo el jardín, al fondo del cual, se vislumbra, en las tardes despejadas, un árbol solitario; aquí todos los árboles  son distintos conforme la luz va cambiando y es, en esa hora bruja, cuando yo recupero un poco el sentido de la realidad y olvido la distancia social.
Trampatojo. ¿O no?
Frente a otra ventana  distingo el horizonte – algunas veces abrazándose a las nubes-. Todo lo que está más allá de esa línea en el infinito lo tengo que imaginar, como hago con vosotros.

En esta situación de momentos difíciles, incertidumbres y muchas soledades, he encontrado una vieja poesía cuyos últimos versos os trascribo para que podáis poneros en la situación de nostalgia que me corroía cuando la escribí:

“No te  enardezcas, querido mío, porque
  Eres trampantojo de una obsesión.
  Y ya estoy harta de imaginar,
  Estoy hasta el alma de esta quimera;
  Porque a la postre y aún a tu vera,
  Siempre los sueños, sueños serán”

“Y si el cordero se come la flor será como si bruscamente todas las estrellas se apagaran. Y esto, ¿no es importante?”- decía un personaje al que adoro, y yo digo lo mismo. “Y si la realidad se come la ilusión será como si el bicho nos comiera el corazón”

No puedo añadir nada porque, también, esta situación me genera ganas de no pensar. La noche ha caído. Yo dejo mi mente en blanco mientras toqueteo con el lápiz  la mesa de madera y no me importa ni el ruido, ni la música que suena, ni la sed, ni la hora. En un planeta, el mío, la tierra, hay gente que necesita alivio. Yo quiero arrullarlos con mi voz y dibujarles con palabras una armadura para su corazón…Di algo más Ana…no sé bien que decir. A veces me siento torpe. Otras veces no sé cómo llegar  a vosotros, ni  cómo encontraros, solo sé escribir palabras y más palabras
¡Es tan sorprendente el país de las palabras!
                                                                                 
 
¡Es tan sorprendente el país de las palabras!

                                                                              Ana García de Loza