DESAMOR A RAUDALES


Desde tiempos inmemoriales resulta un artículo de fe considerar  más feliz a quien más amó, y yo, estoy en desacuerdo ya que aun no teniendo argumento real, lo nuestro, ha sido algo intenso, romántico, subido de tono y lleno de matices filosóficos; matices que necesitaba esta alma mía para no desintegrarse podrida de realidad  y totalmente falta de la dosis de romanticismo que, a mi modo de ver, todo humano necesita. Y es que felicidad propiamente dicha, este amor, no me ha proporcionado.
Y ya que estabas, necesitaba hablarte.


No sé cómo lo hiciste pero apareciste para recordarme que la vida con ilusión es más interesante. Pero este era un amor de fantasía y lleno de emociones del que yo sabía, no saldría viva. Aun así, decidí apostar por él, y aposté la tranquilidad, el conformismo y, sobre todo, puse en liza la paz de mi mente.
Durante un tiempo tuve la sensación de que jugabas mi juego; te gustaba sentirte querido sin dar nada a cambio y te movías de tal forma que, solo yo, entendía tus movimientos. ¿O sería mentira también eso? 
Y a cada momento te quería más  y tú cada día te interesabas menos y entonces pensaba: Cuando eliminas lo imposible todo lo que queda, aunque parezca improbable, debe de ser la verdad. Y así iba mi obsesión por ti envolviéndome en una espiral interminable de paradojas que me sesgaban la mente.

Entre los pensamientos que antes ocupaban mi imaginación y los que ahora ha engendrado tú indiferencia han trabado una lucha titánica. Ahora bien, lo que  siento me recorre como un torbellino. Otras veces pienso que el amor no existe y me cago en todos tus muertos porque sufro por nada y para nada. Y vuelvo a recurrir a la filosofía para que aplaque mi ira y multiplique mis posibilidades; y no es precisamente porque se haya agotado este sentimiento, que anda en el fondo de mi cabeza enmarañado e indeciso, sino porque me aburre querer a una alucinación.

Aunque sé que tú nunca verás mis cartas, yo escribo para que me lean; en la mayor parte de las ocasiones lo hago para encontrar la paz; en otras, las menos, escribo para buscar mi pedacito de gloria pero podría decir en honor a la verdad que durante muchos años escribía solo para ti. Y si preguntas por qué, no lo sé. No sé por qué te pensaba ni mucho menos sé qué hacías en mi imaginación. No ocupabas espacio físico pero estabas. No siempre, pero estabas; y ya qué estabas necesitaba hablarte.

Algunas veces me intrigaba saber que habrías pensado de mí a lo largo de estos años. Supongo que me tildarías de obsesiva, que lo fui, o en el mejor de los casos de extravagante, porque he barajado más opciones pero de esas no quiero ni hablar. Y es que  me dejaba llevar por emociones intensas que resultaban bendiciones de deleite y magnetismo y todo esto sin haber cruzado contigo nada más que miradas. Así que con esta carta pretendo aplacar mi fantasía  y a la vez ensalzar los goces que dan sentido a la existencia, aunque a menudo una actitud acaba excluyendo a la otra. Pero también pretendo profundizar en los márgenes de la libertad para amar, que  por otro lado son escasos y casi siempre pecado. En definitiva, en la  carta sentimientos  y vida real entran en conflicto y llegamos a la conclusión que un amor imposible es un amor que siempre perdura. Tengo constancia de que a pesar de la realidad la gente seguirá teniendo ilusiones, añorando amores y desoyendo verdades pero como decía Cortázar, pobre del amor que del pensamiento se alimenta.

El hecho de que no te hubieses manifestado, para  decir  lo que ya estaba claro, supuso un desencanto en mi fantasía y,  tú, descendiste a los infiernos. Pareces, despojado de tu entelequia, físicamente exiguo, tan poquita cosa, tan aburrido, tan predecible y sórdido que ya no serás nada sin esa pátina de embrujo que yo te añadí.
¡Que Dios se apiade de tus restos!

Y con esto queda cerrado el ciclo monocromático de una devoción. Has sido un paréntesis mágico  y aunque afuera el mundo ruja o se adormezca; los hombres vivan o mueran; unos amores perezcan y nazcan otros, aun así, debes de tener claro que como yo te ha querido, desengáñate, así no te querrán.
La elegancia de las palabras y el embrujo que me corroe, contra la triste indiferencia y  los juegos de adultos a los que juegas con cartas marcadas de poder y dinero. 

Nada puedo hacer ante tu puñetera apatía por eso  necesito desesperadamente el arte. Aspiro con ardor a recuperar la ilusión espiritual, deseo con pasión que algo me salve de los destinos biológicos, de la vejez, del desamor, del aburrimiento y de la rutina, por eso me aferro a la poesía de este mundo y a la literatura del día a día.


                                                                Ciao, amore.
Deseo que algo me salve  de la vejez, del desamor y de la rutina por eso me aferro a la poesía de cada día.

      Ana García de Loza