VUELAN LETRAS


Alguna influencia sutil ha pasado de él a mí, y el milagro que siempre había estado buscando, y que siempre se escapaba, llegó a mis manos. No pretendas conocerlo porque es, simplemente, un motivo artístico. No podrás ver nada donde yo veo todo. No existe nada más presente en mis palabras, que lo que no está. Él, es la sugerencia. Le veo gracia, sutileza, y ha puesto letra a cierta herejía, de la que nunca he querido hablarte.
Y los libros son el puente que une las dos mitades de mi vida.
Foto de Cristina Tellechea, periodista,profesora
y un encanto de mujer.

El día había amanecido gris, como la mañana que te vi por primera vez. El borde del sol empezaba a asomar por el horizonte, iluminando de rojo los árboles del fondo del pueblo. El pasado nunca es suficiente para quien busca un futuro, y los libros son el puente que une las dos mitades de mi vida, como lo habían sido siempre. Me desperezaba con pensamientos inconexos; más que pensamientos, eran sensaciones que no habían pasado el filtro de la razón.

Creo que hemos perdido el sentido abstracto de la belleza, y no, no me tiene simpatía. Le adulo de una manera exagerada. Hallo placer diciéndole cosas que no debería  de decir, e incluso así, no me arrepiento, porque son verdades indiscutibles.
Por lo general me ignora. Parece como si hubiese dado toda mi alma a alguien que no me trata ni como un adorno. Creo haberte dicho que soy una condecoración silenciosa que halaga su vanidad.
La frustración y las emociones encontradas se alejaban cuando pasaba las hojas y me dejaba llevar. Entonces volaban las letras. Las ofuscaciones esperaban agazapadas en los silencios de la familia,  o en cualquier rincón, y tendían trampas que obligaban a recordar. La palabra clave aparecía en el impacientarse de los pájaros, que anidaban en la palmera cerca de la ventana de la habitación, entonces, buscaba las hojas para garabatear en ellas y necesitaba tu respuesta. Cualquier respuesta. Pero la necesitaba con la misma imperiosa necesidad con la que devoraba las páginas del insólito libro.

Aquel extraño manual hablaba desaconsejando la prudencia. Hacia citas desdeñosas del tratado de la cobardía, o su semejante, el sentido común. Yo no escuchaba. Estaba libre en la cárcel de la pasión. Luego la sabiduría cambio de método y se puso a hablar de indiferencia y clases sociales.
Seguía avanzando. Una hoja tras otra; imposible detenerse. Un momento para despejar. Después,… horas  sin principio, seguidas de horas sin final.

Han pasado unos años desde esta anécdota, y los efectos narcotizantes de la obra se han esfumado. Aun así, no quiera Dios, que mi príncipe esté quedando destronado;  que al mirarse en el espejo de la vida, vea reflejada la cara de un ente pusilánime que se limita a cumplir órdenes, o en el mejor de los casos, que reacciona solo a las conveniencias. Tengo la poderosa impresión de que guarda un secreto y nunca se ha dejado llevar por el corazón. Inmediatamente me pregunto, adónde me llevará la imaginación.
Hasta ahora no he podido comprender porque lo seguí. En ocasiones no me entiendo,  pero si no lo hubiese hecho, si hubiera pasado de largo, me habría perdido una fantasía grandiosa. Ya veo que te estas riendo. Eres imposible. Aunque te haga gracia, tengo que decirte que siempre seré diferente, que estaré atrapada por la imaginación y  que invariablemente seré capaz de construir un mundo maravilloso alrededor de un hecho cotidiano.

El pesado olor del incienso parecía pegarse a las páginas y turbarme el cerebro. La cadencia de las frases, la historia en sí, tan llena como estaba de tendencias sugestivas, producían en la mente una especie de ensueño que me hizo perder la conciencia de la caída del día y del avance de las sombras. Luego, después de que me recordaran varias veces lo tarde que era, me levanté, y pasando a la habitación contigua coloqué el libro sobre la mesita, que siempre estaba al lado de la cama, y empecé a vestirme para la cena.

Las luces del pueblo hacían señales entre los eucaliptos y las zarzas del jardín. Mi madrina estaría sentada en el salón, leyendo. La luz de la lámpara brillaría en el broche que llevaba en el pecho, quizá verde, o quizá, todavía el rojo que se puso el domingo anterior para la misa.


Muchas veces la convivencia con el amor, nada tiene que ver con los estados catatónicos del enamoramiento; y si, tiene mucha relación, con la capacidad para gestionar emociones. Entre estas aguas tan turbias nos movemos los humanos, saboreando sensaciones tan finitas o infinitas como seamos capaces de imaginar. Todos leemos en el libro de la vida y a veces nos encontramos capítulos  de indiferencia e incomunicación difíciles de  tragar.
Yo no escuchaba. Estaba libre en la cárcel de la pasión. Adoramos a  los libros. Siempre.