EL ARTE DE BIEN MIRAR


De vez en cuando sonreían al sorprender la cara de simpatía en algún desconocido.  Solemne y
Un ensueño de ideas en momentos de emoción.
Va porr vosotras chicas
majestuoso, notaban el pulso de la ciudad en aquella Atlántida emergida, cuyo encanto avivaban olas y mareas, y les incitaba a apreciar el placer de ser mirado y de mirar, que acomete al que se siente diferente. Siempre me ha impresionado el encanto de dejarse llevar, saboreando escenas callejeras.

Tenemos claro, de vez en cuando, que  hay que echarle una pizca de emoción  a la vida, para recordarnos a nosotros mismos, lo maravilloso de pasar por el mundo; lo asequible de saber disfrutar las pequeñas cosas que pueblan la existencia, y, la facilidad con que  estas pequeñas cosas  nos inundan de eternidad.

El objetivo, un concierto  en el Kursaal, que Charles Aznavour  suspendió a última hora.

Así la situación, amanecimos paseando por La Concha. Con una amistad poblada de contrastes, de personalidades diferentes, de necesidades manifiestas, de oportunismo bien hablado y mejor llevado. Amistad de mucho tiempo compartido, de confidencias inconfesables, de vidas que van pasando, de respeto omnipresente. Del mismo color de pelo, de estilismos impecables, de horas al teléfono, y de que al final, aquí estamos rueda que te rueda, ahuyentando la rutina.

Y como no podía ser de otro modo, un ex alumno, en este caso toda una cocinerita niña bonita, Covadonga Echevarría, nos hace la vida más dulce  poniendo la guinda a un par de días llenos de solecito, buena y docta compañía, chacolí, Barrio Viejo y  tradiciones.

Donostia es una ciudad mimada por el viento, y como la belleza es un arte en sí mismo, no necesita explicación alguna. Su paisaje, sus avenidas, sus donostiarras, así como su arquitectura moderna, configuran una urbe con un cierto tufillo francés y aburguesado. Desde siempre, nos encanta. Por todo ello, no es de extrañar, que a pesar de sus pequeñas dimensiones San Sebastián vaya a ser Capital Europea de la Cultura en 2016.

Apoyadas en la barandilla de la Concha, uno de los iconos más universales de la ciudad, que Juan Rafael Alday colocó en 1900, decidimos que todo lo que necesitábamos en aquel lugar era, mirar a la vida.
Después, mientras callejeábamos enarbolando nuestra fantasía al viento, conseguimos que cada momento se disipase en medio de detalles costumbristas. Y con renovado sentimiento de sorpresa, ondeamos la bandera de lo posible, porque de la misma forma que la poesía o la pintura, también la vida tiene sus obras maestras.

Y de una manera curiosa, la personalidad de la mujer que me acompañaba, ha sugerido un enfoque  atípico a mi percepción de la normalidad, y llego a la conclusión de que puede haber tantas variedades de vidas  como  de personas. Entonces, vislumbro la realidad  de una manera que antes me estaba oculta. Un ensueño de ideas en momentos de emoción. Sin saberlo, ella, define  las líneas de una escuela que tiene en si toda la pasión del espíritu romántico, y toda la perfección subjetiva de los griegos.

En nuestra ignorancia hemos separado el alma del cuerpo creando un realismo vulgar y un idealismo vacío. Así que, una comida en la Tagliatella y un tiempo de tiendas, inmersas en el glamour de esta ciudad, hace que la realidad sea menos vulgar; además, alguien con quien dar rienda suelta a la ilusión, hace que el idealismo se llene de tu imagen. Chapeau.

El cielo, de un azul puro, recortaba la torre del María Cristina brillando como la plata cuando regresábamos en la noche, y del edificio situado enfrente se estaba elevando una delgada columna de magia. Era el Teatro Victoria Eugenia, y la magia se retorcía como una voluta en el aire nacarado. De pronto, di media vuelta y acercándome a la ventana, descorrí la cortina para que el brillante amanecer inundara la habitación, expulsando los gozos ideales a sus escondites polvorientos, donde se acurrucaron esperando la próxima ocasión.
La risa, pensaba, no es de ninguna manera una mala consejera en unos días de camaradería. Porque  hubo risa, y hubo camaradería.

Para el mundo que viene, ando rogándole a Dios que nunca te vayas,… de mi cabeza. Y como he oído decir al Profesor, es  la vida más que la muerte, la que no tiene límites.

Como la belleza es un arte en si misma, no necesita explicación alguna.
Foto Hotel María Cristina, Donostia.