EL PRÍNCIPE Y LA GITANA


María la portuguesa y la clase social
Nadie elige el lugar en el que le ha tocado nacer; pero si le proporcionan las armas adecuadas puede cambiar el estatus. También supongo que todos, en un momento determinado, hemos alardeado de conocer a  tal o cual personaje considerado importante por su dinero, por su carisma, por su fama, o por su don de gentes.
Así queda claro, que el nivel social en el que nos movemos marca de forma indeleble la vida, las oportunidades, los amigos y nuestra forma de pasar por el mundo.
Pero andando los años llega un momento en el cual echamos de menos y  valoramos nuestros orígenes, porque es allí donde está la semilla de todo lo bueno y lo menos bueno de la existencia
Si sabes quién eres, donde estas, que te hiere, y lo que valoras; si conoces la realidad, no esperarás de la gente nada que la gente no vaya a darte. Y sin embargo…lo quieres.
¿Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas?
Imagínate que veo una mujer por la calle que despierta mi curiosidad, le contaba su amigo, tiene buen aspecto, diría que  contundente; bonitos ojos y aire provocativo. Me fijo con más atención y descubro unos leggins descoloridos, un jersey desaliñado y el pelo recogido en una coleta con muy poco estilo. ¿Qué es esto?  Pienso  posando mis ojos en los suyos; y aunque me inspire el fin del mundo  y  me tiemblen las piernas, no quiero con ella ni un café.
                                 
¡Anda, no te pases, exagerado!, respondía su contertulia, levantando los ojos del periódico que estaba ojeando. Eres un poco machista, además de  clasista. Las emociones no entienden de estatus, siguió. La clase social es el refugio de los idiotas.

Si, por supuesto, y la disculpa de los bien hallados, rezongó sin más ganas de hablar, el hombre. Era un personaje ligeramente chapado a la antigua pero de ideas claras y prácticas. Sus ojos almendrados, su aspecto pulcro, sus comentarios insidiosos y todo su ser, emanaban realidad  con un punto de desencanto;  pero una realidad escudriñada hasta sus últimos recovecos.
Esa seguridad de la que hacía gala, la ofendía profundamente,  pero no dejaba de pelear para salvaguardar  sus opiniones, porque  había comprobado que en ocasiones, aquellas ideas  de las que él era estandarte, tenían  finas grietas por donde se escabullían sentimientos.
Vamos a ver, despierta, si yo veo acercarse a una mujer como la que te describí antes, desaparezco despavorido. ¿Por qué?, pregunto la chica interesándose realmente por 

la conversación. Pero ¿tú en qué mundo vives?, pues porque sí, continuó él locuaz, porque en mis genes está escrito que con cierta gente…nada, no quiero nada.
¿Traducido, significa? preguntó la gitana, cargada de encanto y buen hacer.
Que te olvides del príncipe, no le interesas en absoluto. No eres de su clase social, ni el tipo de persona con el que quiera nada.
Pero vamos hombre, el dinero no es más que eso, metal, papel,… papel y nada, no somos tan diferentes.
Ni con un palo; no te toca ni con un palo, insistió. Eres poco menos que una cenicienta sacando la cabeza del hampa por un nivel cultural aceptable y por una cara mona,  no adornarías ni uno de sus garajes, punto.
En ocasiones cuando notaba que la realidad  no era cómoda, se aferraba a los sueños con sortilegio. Era algo  que  resultaba Kármico. Como si esa palabra definiera lo indefinible, lo puramente emocional, lo que surge no sé sabe porque, y llega a no se sabe dónde.
Que asquerosito resultas. Se reían abandonando el café,  mientras el último sol del invierno iluminaba con matices irisados aquella ciudad verde, exquisita en sus formas  y quizás un poco salvaje en su sentir. Ya no abunda gente así.
¿Así cómo? ¿Cómo la portuguesa? ¿O cómo el príncipe?  Desengáñate corazón, nunca seremos todos iguales, de cuerpo para afuera por lo menos. Respondió.
Menos mal que nos queda el espíritu y el cielo para aunarnos.  Ellos resultaban diferentes  caras de la misma moneda, y aunque la realidad es siempre la misma, cada uno la ve desde el lado que más familiar le resulte.
En todos los días de su vida  no  había conocido,  reflejado en el alma de una mujer de su tiempo, a ningún príncipe al que hubiera entronado el dinero. Ni por supuesto a ninguna gitana que se preciara, que no tuviera un alma sensible, digna de  conquistar.
De no estar segura de la primera eventualidad, no afirmaría la segunda. Es tan deliciosamente complicado el corazón, que da igual cual sea su cuna y a  que dedique sus horas, siempre tendrá una esencia para seducir. Y ella a buen seguro encontraría a su príncipe entre los gitanos.   
Si algo me han enseñado los años es que siempre caigo en los mismos errores, que  no me gusta brindar con extraños; y si, adorar a los mismos amores.
Además  nunca olvido nada, solo bajo el volumen de los recuerdos.
Espíritus hambrientos, existe en ti un algo misterioso, lo cual ni entiendo ni controlo.
Gracias señorita Socorro, bonita foto.