EL MOMENTO MENOS PENSADO

He estado un poco asustada esta temporada porque pude comprobar en primera persona como el hilo que separa la vida de la muerte es tan fino que la existencia te puede cambiar en un momento. Un momento fútil en el que las cosas pueden pasar de ser buenas a ser menos buenas; un segundo en el que puedes deslizarte de estar a no estar; un instante en el que la vida como la concebimos se esfuma, y entonces imbuida en la dinámica de la tragedia desaparezco como ser social para ocuparme exclusivamente de sobrevivir.
Y en esas he estado, peleando para volver a la normalidad pero siempre desde la plataforma de dar gracias al Universo Entero por la generosidad que muestra con mi gente y conmigo. Todos los que me rodean, mi nenita también claro, hemos llegado a la conclusión de que la familia es lo primero, la familia es lo mejor, la familia es un ente de supervivencia genuino al que debemos de cuidar y mimar en cualquier circunstancia. También hemos corroborado que existen lazos familiares exentos de consanguineidad.
Me quedo con la sensación de que este mundo está repleto de buena gente; y el que no sea bueno se pierde todas las bonificaciones. Así son las cosas.
Tengo conciencia de haber buscado las estrellas, pero desde aquella ventana era difícil ver el cielo, aunque siempre supe que el cielo seguía estando allí.

Después de este impás veraniego de noches sin dormir, hospital, adolonta, médicos y más noches sin dormir, vuelvo a la vida y a los recuerdos. Y el día de antes, de aquel día salvaje y duro, resultó ser el día menos pensado; ese en el que me deleitaste con tu normalidad. En aquel momento, allí entre pintura Naif, sentí que era un buen instante; por fin se hacía realidad, tanto oírme hablar de tus silencios dicen que me arrastra como el mar.
En el momento que vi tu mirada buscando mi cara, la madrugada de un día de agosto tan cerca de la música en el tejado, me pregunté que sería sin tu fantasía el resto de mi vida y desde entonces te quiero y te adoro y te vuelvo a querer. Deseo que sigas siendo mi quimera.
He podido mirarte y sentir; dibuje tu sonrisa con mis palabras y me dormí con tu recuerdo en el sofá. Ya sabes, las letras son de todos, las palabras no son mías pero quiero que tú sigas siendo mi entelequia. Vuelvo una y otra vez a recordar el momento en que alguien te presentó y todo resultó tan normal que también me asustó. No quiero que seas un ente normal en mi existencia, ni que pierdas misterio en mi imaginación; te quiero en el baldaquín de mi ilusión porque a pesar de todo me has proporcionado uno de los momentos más dulces y prometedores de mi verano y solo por eso te vuelvo a querer. Aunque no lleves traje y te disfraces para andar por mi realidad con un completo de vaquero, calcetines blancos y un reloj de fruslería, te sigo adorando. Pero procuro guardar este secreto, no sea que un día yo te vuelva a ver y reduzca mis sentimientos a un trozo de papel.
Resulta propio de mi personalidad revoltosa al observar un encuentro casi fortuito, que duró apenas diez minutos, como puedo barnizarlo con un lustre de magia y maravilla para convertir algo normal en algo excepcional.
Y aquí no puedo menos que estar de acuerdo con el provocador filósofo holandés Simón Coen cuando afirma que no es el cumplimiento de nuestros deseos lo que da sentido a nuestra existencia, sino el deseo mismo. Tal vez es esta espera lo que constituye la felicidad, al menos la mía.
SI UN ESCRITOR SE ENAMORA DE TÍ, VIVIRÁS ETERNAMENTE

TODOS LLORAMOS CON GALICIA

El abuelo Salvador de Baxanco
La playa.
Sentada sobre las piedras que daban aspecto salvaje a aquella playa, escudriñaba el horizonte en busca de algo, no sabía de qué, y aunque aquel día el sol no los había deleitado con sus rayos daba igual, el encanto estaba servido.
Los acantilados escarpados se esculpían casi en vertical sobre el agua del Cantábrico en aquel punto del planeta, y además, allí encontraba su alma. No era que la hubiese perdido y volviera cada año religiosamente para recuperarla, no, nada más lejos; era sencillamente que observando aquel espectáculo, su cuerpo etéreo, el mismo que afluía a la superficie ante cualquier pincelada de arte, se fundía con el entorno y entonces surgían las palabras en el aire.
Sorteaba las olas mientras la piel se habituaba a la temperatura estupendamente fría, y ese mismo océano manifestaba su euforia sacudiendo los guijarros contra las tibias y los pies cubiertos, de propios y desterrados.
Inmersa totalmente en el agua, con los ojos a un palmo del cielo, desaparecían el espacio y el tiempo y no sabía precisar si manejaba quince, veinte o cien veranos de recuerdos entre sus dedos, aunque tampoco eso importaba mucho. Solo era capaz de percibir el conjunto del mundo y de la naturaleza que la envolvía.
Poder disfrutar otra vez más de tanto privilegio pensaba, abandonándose al deleite de sentirse abrazada por el mar, supone la excelencia de la vida. Pero da miedo; da miedo tanta agua, da miedo como la arrastra y dan miedo los errores humanos, y es que no se sabe si estás a su merced o es justo al revés.
Seguía mirando el infinito y no tenía claro que buscase respuestas, ni sabía si buscaba preguntas, ni objetivos, ni resúmenes de vida. Sólo sabía que mirando la línea difusa que unía mar y cielo, ella era lo que era, estaba donde estaba, vivía en aquel instante y solo en aquel, además resultaba una entre un millón. Pero hoy choraba con toda Galicia. Un tren, muchas vidas y a otro mundo. Las cosas pasan porque tienen que pasar, pero parece tan liviano este argumento que no restaña ni a las cabezas menos exigentes, sin embargo era el único que encontraba. Ni había un por qué claro, ni un para qué conciso, ni un nunca mais, que esgrimían nuestros castigados vecinos los gallegos cuando lo del Prestige. No había un nada de nada que aliviase a tanta víctima, solo las palabras del aire.
Y lo bueno o lo menos bueno de esta situación, como de muchas otras, es que dentro de nada para la inmensa mayoría de los mortales será un recuerdo lejano e inquietante que nos hizo colocar en primer plano, durante unos días, la fragilidad de la vida. Pero solo eso.
Entonces un mensaje de gracias nacía desde el fondo del espanto y durante un momento debería de reflexionar el por qué tenía que dar gracias, gracias, gracias.